45 Aniversario sacerdotal / Basílica del Roble / 26 de octubre del 2017
Estimadas hermanas y hermanos fieles laicos, amigos y familiares de quienes hoy acompañamos en estos 45 años de vida sacerdotal, hermanos sacerdotes, hermanos Obispos:
En un día como hoy, que parece un poco ordinario, la Eucaristía lo hace extraordinario. Porque cada vez que celebramos al Señor ocurre el milagro Eucarístico. El pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Nosotros los sacerdotes hemos sido llamados por el Señor, de modo muy especial, a servir a este Misterio, el más grande que celebra la Iglesia. Fuimos ordenados sacerdotes para la Eucaristía. La Eucaristía es la que va confirmando toda nuestra vida. Así como la Iglesia comprende que su misión es para la Eucaristía y desde la Eucaristía, así también nosotros, los sacerdotes, sólo podemos comprender nuestro ser sacerdotal dese la óptica y experiencia Eucarística.
Hace 45 años estos hermanos recibieron, gratuitamente, el don de Dios por la imposición de manos de su Obispo. A partir de esa fecha, el Señor ha obrado milagros en ellos. No los ha llamado solo a servir, sino a ser sacerdotes. Solo así podemos comprender la totalidad y la integralidad de nuestro ministerio. Es cierto, tenemos también la tarea de predicar la Palabra de Dios, tenemos el mandato de vivir y hacer vivir el mandamiento de la caridad. Pero siempre con la conciencia de que somos servidores de un misterio que nos supera, el cual debemos admirar con gozo.
Por eso, la oración con la que los hemos encomendado pedimos a Dios para ustedes disponibilidad, mansedumbre y perseverancia. Tres cosas bien importantes, sobre todo, perseverancia. Le vamos agradecer al Señor que, a lo largo de estos 45 años, nuestros hermanos, solo por gracia de Dios, han perseverado en el ministerio. Cada uno sabe cómo ha ocurrido su vida, los desafíos, las alegrías y tristezas. Pero siempre ha estado de parte suya el Señor. Por eso han estado disponibles en el ministerio y, desde luego, Dios les ha permitido perseverar hasta el día de hoy. Nos unimos a esa alegría de ser sacerdotes.
En este día la Palabra de Dios, que siempre es oportuna, nos ha dado un mensaje bien importante. Es cierto, nuestro ministerio es para la paz. El Señor nos ha encomendado ser portadores de paz a través de un saludo. La paz de Dios tiene que ser extensiva entre nosotros.
Pero, hermanos, a veces las palabras no significan todo lo que ellas dicen. A veces vaciamos de contenido la riqueza de un mensaje de paz. Por eso, Jesús, a través de lo que dice, cuestiona una manera, no completa, de entender la paz. Por eso dice, “He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! No he venido al mundo a traer paz, sino división” (cfr. Lc 12, 39.41).
Cualquiera pudiera escandalizarse de estas palabras, porque, ¿no es acaso que la misión es formar la comunión, hacer que los hombres se traten como hermanos? Claro que sí, pero la paz no siempre tiene un gozo. La paz siempre implica un sufrimiento, una entrega e, incluso, la muerte. Por eso, Cristo ha traído la paz muriendo, entregándose plenamente. La paz implica saber distinguir lo que está bien y lo que no está bien. Trabajar por la paz es lograr que la unidad humana y la comunión de la familia tengan como raíz el Evangelio de Cristo porque no cualquier unidad tiene perseverancia, permanece para siempre.
Decía a san Juan Pablo II, “cualquier pretensión de lograr la unidad sin Jesucristo puede ocasionar lo contrario”. Por eso, alcanzar la paz en Cristo significa curar la humanidad. Así como cuando tenemos una herida, el doctor tiene que tallar hasta que se libere de la posible infección, así también la unidad, la comunión, la caridad de la familia, en la sociedad, pasa a través del fuego.
La paz es un regalo de Dios, pero es una tarea muy difícil para nosotros. Por ello, el Señor invita a luchar por esta paz que permanece, por esta paz que está basada en la verdad y en la caridad. Jesús repetía en esos contrarios: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra. Y este lenguaje que oímos no es poético, no es metafórico. Ha sido real.
Cuántos creyentes han muerto por la causa de Cristo, asesinados por sus propios familiares. Recordemos al joven que el día 15 de octubre el Papa Francisco canonizó junto con dos niños tlaxcaltecas, Cristóbal. Fue asesinado por su papá porque no estaba de acuerdo que su hijo fuera cristiano. Y si vemos las actas de los mártires podemos constatar esto. Cómo un papá está contra su hijo y, sin embargo, permanece el hijo delante de la verdad, delante del Evangelio.
A nosotros, como sacerdotes, el Señor nos llama a trabajar por la paz con el único fuego que purifica. Y por ello, nuestra tarea a veces es incómoda, a veces es muy difícil, porque Cristo vino a traer la división, pero la división que logra discernir, que logra separar lo bueno de lo malo. Esa es nuestra responsabilidad, presentar la verdad en la caridad, la verdad en el Evangelio, para que el pueblo esté unido en la verdad del Evangelio en Cristo nuestro Señor.
Hermanos y hermanas pidan por nosotros para que podamos vivir estas peticiones de la oración colecta: disponibilidad, mansedumbre y perseverancia. Que Dios bendiga a estos hermanos nuestros con el don de la perseverancia.