Informe anual de Cáritas / Capilla de Casa de la Iglesia / 17 de abril del 2018
Estimados, hermanas y hermanos, gracias por venir esta mañana a celebrar con nosotros la Eucaristía y también para dialogar sobre el caminar de Cáritas diocesano.
Qué bueno que iniciamos con la Eucaristía. Porque a ustedes, en nombre de la Iglesia, se les encomienda repartir el pan, el alimento, para que las personas tengan vida. Pero ese pan material no se entiende sin el Pan del Cielo, sin Eucaristía.
De eso nos habló Jesús en el Evangelio, “el que venga a mí no tendrá hambre, el que me sigue no tendrá sed”. Esa es la tarea que tenemos. Si bien, para las personas a quienes servimos, lo primero que ven es el pan material, para ustedes y para mi ese pan cotidiano es también señal de Jesucristo, el Pan de vida.
En la fe podemos trascender, en la fe podemos sacramentalizar, mirar aquello que no se ve en aquello que vemos. Por eso la caridad, por eso el amor al prójimo, es siempre señal y expresión del amor a Dios.
Decía san Agustín, “el amor a Dios es lo primero en la intención, lo segundo en la acción”. El amor al prójimo es lo primero en la acción y lo segundo en la intención.
Pero siempre van emparejados estos amores, el amor al prójimo, el amor a Dios. El pan material, el Pan del Cielo. Nosotros podemos trascender aquello que vemos y llegar a lo que no vemos.
Por eso Cáritas es una acción pastoral. Por eso Cáritas, aunque coincide con otras instituciones que ayudan a la gente, acciones filantrópicas, nosotros, y no para decir que somos mejores, tenemos, al mismo tiempo que compartimos el pan cotidiano, compartimos el Pan del Cielo.
Aunque no tengamos que decir de modo expreso, ustedes y yo alcanzamos a transmitir, en el silencio de la fe, que cada palabra, que cada pan compartido, que cada ropa entregada al que no tiene, estamos mirando siempre a Jesús. Podemos mirar y descubrir en cada persona al mismo Cristo.
Fíjense qué interesante que en este día de la asamblea escuchamos el martirio del primer Diácono, del primer servidor, del primero que atendió la mesa de las viudas y de los huérfanos.
Imaginen a Esteban sirviendo a las mesas. Porque los apóstoles, dice el libro de los Hechos, viendo que era necesario dedicar más tiempo a los pobres y no pudiendo hacerlo ellos mismos, instituyeron siete diáconos, siete servidores.
Y este primer servidor, porque eso hacía Estaban, servía a las mesas, se esforzaba por atender a los pobres, a los huérfanos, a las viudas. Y en ese servicio él era capaz, por la fe, de mirar en cada persona al mismo Cristo. Su servicio a los pobres fue el preludio de su martirio.
¿Por qué en el momento en que Esteban es apedreado alcanzan a mirar el Cielo abierto y a Cristo a la derecha del Padre? Porque había pasado por esa experiencia previa de fe de vivir el mandamiento de la caridad.
Para Esteban no era la primera vez que miraba a Cristo. Ya lo había visto en cada pobre. Pero el Señor le concede, en el momento más grande de su vida, al ser apedreado. Imaginen lo que significa morir a pedradas. En ese momento él mira al Cielo y se le abren las puertas del Cielo.
Pero qué interesante también que este Diacono, Esteban, muere con la misma actitud que Jesucristo. Dice, prácticamente, las mismas palabras, “en tus manos encomiendo mi espíritu, no les tomes en cuenta este pecado”.
Porque el que practica la caridad aprende a aceptar la desproporción del afecto en la vida. Si ustedes hicieran la caridad porque esperan agradecimiento, todo se echaría a perder. La caridad siempre es desproporcionada, siempre es tomar iniciativa y no esperar nada a cambio.
Esteban tuvo este noviciado en su experiencia como servidor para llegar, en el momento más grande de su vida en su muerte, a expresar los mismos sentimientos de Cristo, “no les tomes en cuenta este pecado”.
Jesús había dicho, “perdónalos, no saben lo que hacen”. Hasta allá llega una persona que vive la caridad. La caridad es un preludio que antecede la eternidad.
Por eso quiero animarlos a vivir esta diaconía. Aunque no son ustedes del orden de los diáconos, sí son diáconos en sentido analógico y amplio, servidores de la comunidad.
La Iglesia tiene tres tareas qué hacer: su tarea profética, anunciar el Evangelio; su tarea litúrgica, ofrecer la Eucaristía; pero también tiene la tercera, la Diaconía.
Y no va en tercer lugar porque sea menos importante, sino porque en la experiencia de cada católico, de cada cristiano, sabemos que es un acto segundo. Lo primero es creer, lo segundo es amar.
Dice san Pablo, la fe y la esperanza desaparecerán, pero la caridad permanece para siempre”. Ustedes y yo somos promotores de la caridad, del amor a cada hermano, de su dignidad, de compartir el pan material para que cada uno descubra el Pan espiritual.
Nosotros desempeñamos este servicio para todo ser humano, inclusive, aunque no sea católico o creyente. Porque el pan es un derecho universal para todo ser humano.
Y nosotros queremos compartir este deseo de Dios, este imperativo de Cristo, “denles ustedes de comer”. Con mucha fe y entusiasmo les invito a continuar en este servicio material y espiritual, en esta diaconía de servir a los hermanos.
Hoy, de manera especial, vamos a pedir la intercesión de tres grandes diáconos en la Iglesia: Esteban, Lorenzo y Efrén.
De entre muchos diáconos que, a lo largo de los siglos, han servido a los pobres, ellos de modo inmediato han servido a la comunidad para que sigan ellos inspirando este servicio que ustedes y yo compartimos.
Gracias a cada uno de ustedes porque en las cosas de Dios todo es voluntario, nada es obligatorio en sentido de una expresión externa. Ustedes están aquí porque quieren y quieren porque Dios así lo quiere.
No hay ninguna ley que nos obligue a vivir la caridad, solamente el mandato de Dios, “ámense los unos a los otros como yo los he amado”. Gracias por oír a Jesús, gracias por cumplir su mandato.