Fiesta patronal Parroquia San Judas Tadeo, Escobedo / 28 de octubre del 2017
Estimadas hermanas y hermanos fieles laicos, hermanos sacerdotes:
Con mucho gusto vengo con ustedes a celebrar esta fiesta de san Judas Tadeo, un santo muy querido por todos. A veces esa estima puede ser por interés, pero, de todos modos, es estima. Es experto en situaciones difíciles y desesperadas. Acudimos a él. Aunque no ocurriera, inmediatamente, un milagro hay que quererlo.
Es muy bonita su imagen, muy significativa. Fíjense: tiene en el pecho a Jesucristo, tiene en la cabeza una lengua de fuego, una corona y un bastón. Esas cuatro cosas ya nos hablan mucho de él. Primero, tiene a Cristo en el corazón. Los discípulos de Jesús, los apóstoles fueron y se sintieron amigos de Jesús, muy queridos por Él. Lleva en su pecho el amor a Cristo, ese amor que lo llevó a predicar el Evangelio y a dar testimonio con el martirio.
Pero, también, san Judas Tadeo tuvo la bella experiencia de Pentecostés cuando los apóstoles, junto con la Virgen María, recibieron el don del Espíritu Santo, ese Espíritu que los llenó de valentía para predicar el Evangelio en todo el mundo. Tiene una corona de la santidad y del martirio, y tiene un bastón, el que camina y el que cuida. El que camina porque los apóstoles salieron, caminaron para predicar el Evangelio.
Pero también fueron pastores, cuidaron a las ovejas. Hay en la Biblia una carta que escribió san Judas, muy cortita, pero llena de esperanza. Porque san Judas también es pastor de almas. Eso es lo que su imagen nos invita a comprender.
La Palabra de Dios ilumina lo que acabo de explicar. Nos dice san Pablo, “ustedes son conciudadanos de los santos, familia de Dios, templo del Espíritu” (cfr. Ef 2, 19-22). Somos conciudadanos de los santos, vivimos en la misma ciudad que los santos. Somos conciudadanos de la ciudad del Cielo, pero también, somos parte de la familia de Dios y templo del Espíritu.
Para eso se requieren tres cosas: escuchar, sanar y pertenecer. Es todo un camino de la Evangelización. Primero, escuchar, porque la fe viene de oír la Palabra de Dios (cfr. Rm 10, 17). Uno, sin venir a misa, puede tener sentido espiritual y religioso, pero tener la fe, como virtud teológica de Dios, solamente cuando se oye la Palabra de Dios.
Dice el Evangelio que la gente lo seguía para escucharlo (cfr. Lc 6, 12-19). La fe viene de la predicación. Por eso no da lo mismo venir o no a misa, porque, quien oye la Palabra de Dios, va creyendo en Dios, su corazón y mente se amoldan a las cosas de Dios, se va dibujando en el corazón a Cristo, como lo tiene san Judas.
Escuchar y sanar. Dice el Evangelio que la gente que quería escuchar a Jesús y quería que los curara. Su Palabra, la cercanía de Él nos cura las enfermedades de la mente y del corazón. Qué difícil es sanar las heridas del alma. Las heridas del corazón son más graves que las heridas del cuerpo. Cuando se trata de la mente, más difícil. Sólo el que oye a Jesús se cura del corazón y del alma.
Por eso, venimos a encontrarnos con Él, para sanar. Hay muchas personas que andan trastornadas por vicios o por los sufrimientos, andan con el corazón herido, no encuentran salud de su alma. Por eso, lo segundo es sanar. Cuando venimos a misa hay que pedirle a Cristo la salud del alma y la salud del cuerpo.
Tercera cosa: pertenecer. Sentirse parte de Cristo, como lo hizo san Judas, sentirse parte de la Iglesia, familia de Dios. ¿Cuál es el sufrimiento más grande de un joven? No sentirse parte de una familia. San Pablo dice: somos conciudadanos, miembros de la familia de Dios.
Aprendamos de san Judas a escuchar a Cristo, a dejarse curar por Él y sentirse parte de Él. Somos amigos de Jesús, Él nos quiere mucho a pesar de nuestros pecados. Es el único que tiene un amor incondicional, nos quiere como somos.
Pidámosle a San Juditas que nos ayude a arreglar nuestros problemas. Vamos a decirle san Juditas, “echamos la mano”, con cariño, no con interés. Si Dios quiere, por intercesión de san Judas, podemos alcanzar lo que pedimos. Hay que pedir siempre y sin desfallecer.