25 aniversario Hogar de la misericordia / 15 de abril del 2018
Hermanas y hermanos, muy contento de venir a celebrar esta misa dominical con ustedes los benefactores, los familiares, los vecinos, hermanas religiosas, hermanas de la Consolación que tienen aquí su apostolado, gracias, sobre todo, a estos niños que nos hacen presente a Jesucristo.
Se fijaron que al principio de la misa incensé a estos niños. Lo hice para invitarles a hacer nuestra profesión de fe, que Cristo está en ellos, que Cristo es cada uno de ellos.
Hoy la Palabra de Dios a todos nos presenta un desafío: cómo conocer a Dios, cómo reconocerlo. Dice el relato del Evangelio que los discípulos lo reconocieron al partir el pan. Y san Juan nos dice algo muy fuerte, “el que dice que lo conoce y no cumple los mandamientos es un mentiroso”. Porque conoce a Dios aquel que cumple los mandamientos.
Fíjense bien esa enseñanza. Conocer a Dios no depende solo de una idea, no depende de una mera reflexión. Conocer a Dios supone amar. Dirá san Juan, “el que no ama no conoce a Dios ni me ha visto ni le puede ver”.
Aunque siempre la fe es un regalo de Dios, tenemos nosotros que preparar el camino de la fe. Y la manera como lo hacemos es queriendo a las personas. Y no solo quererlas, sino servirlas.
Ustedes, las hermanas religiosas y todos los que acompañan este servicio, reciben de Dios ese regalo de poder verlo, tocarlo, tocar a Cristo.
Me acuerdo siempre de aquella historia de san Martín de Tours y de santa Rosa de Lima. Santa Rosa cuenta que ella vio a Jesús el día que curaba un enfermo. Dice ella que al estarlo curando le produjo mucho asco y entonces ella, en un acto muy fuerte, besa la herida, y cuenta que, cuando besó la herida, miró a Jesús.
San Martín de Tours cuando iba a caballo y vio a un hombre que estaba muriendo de frío, sentando a la orilla del camino, se baja de su caballo, traía una capa, la corta con su espada, cubre a aquel señor con ese trozo de su capa y él cuenta que también miró a Jesús.
Así es, hermanos, a Dios nadie lo ha visto jamás. Solamente Cristo, el Unigénito Él lo ha visto y Él nos lo ha contado. Y Él mismo nos dice cómo podemos conocer a Dios. La caridad, el servicio, es la oportunidad de creer verdaderamente en Dios.
Por eso vamos a darle las gracias a Dios que en esta casa ha sido posible ver y creer. Ver a Dios y creer en Él. Porque el Evangelio nos dijo que Dios no es un fantasma, que Cristo no es un fantasma, que tiene manos y tiene pies y que ahí está presente siempre.
Yo les invito a tener esta disponibilidad. Sé que estamos muy ocupados en nuestras cosas y perdemos la oportunidad de conocer a Dios, de conocer a Cristo.
Gracias, hermanos y hermanas, porque han aceptado estar al frente de esta obra de misericordia. Que Dios las bendiga, que no se agote su cariño, y hasta donde Dios diga sigan sirviendo a estos hermanos más pequeños y más frágiles. A todos nos dé el don de la fe que pasa por la vista y por tocar. Demos gracias por 25 años de amor y de fe.