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Cristo es el único Rey que nos da la plena libertad de amar

Fiesta patronal Parroquia Cristo de la Montaña, Monterrey / 26 de noviembre del 2017

Estimados hermanas y hermanos: vengo muy contento de poder compartir con ustedes esta fiesta. Esta fiesta que es como el broche de oro del año litúrgico. Hoy la Iglesia celebramos a Cristo Rey del universo.

Su parroquia, dedicada a Cristo de la montaña, nos hace pensar en esos acontecimientos salvíficos que tuvieron que ver con los montes de Israel. Por su puesto su parroquia hace referencia al monte de las bienaventuranzas.

Pero la vida de Cristo, como toda nuestra historia de la salvación, siempre tuvo referencia a las montañas. Por eso, el salmo dice, “levanto mis ojos a los montes ¿de dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra” (Sal 121, 1-2).

Cuando contemplamos los misterios de Cristo inevitablemente nuestra mirada se pone en las montañas. Muchas de ellas trazan los pasos de Jesús, pero hay una montaña especial, que es como la contraparte de la montaña del Sinaí, es decir, la montaña de Sion. Dice el salmo, “Sion, vértice del cielo, ciudad del gran Rey” (Sal 48, 3).

Esa montaña es donde está el Gólgota. El monte Sion, donde Cristo fue crucificado, donde Cristo se manifestó como el Rey de cielos y tierra. Cristo es hijo de David, Él es Rey, (cfr. Mt 1, 6; Lc 2, 4-6.11). Incluso Él desciende de las generaciones de reyes, pero es Rey de otro modo. Es hijo de David, pero es Señor de David.

Como lo dice el Evangelio, cuando nos cuenta esa discusión si el Mesías es hijo de David o Señor de David. Jesús responde, “¿cómo David, movido por el Espíritu, le llama Señor cuando dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha?” (cfr. Mt 22, 42-46). Quién es ese Señor que le habla al otro señor: es Jesús.

Jesús se presenta con otro perfil. Es cierto, David es el gran rey de Israel. ¿En qué mostró su reinado? Primero, siendo pastor. El Señor lo elige para ser rey de Israel, pero David, entre todas las cosas buenas, cometió gravísimos errores, se entusiasmó por el poder que todo rey corre en peligro de vivir: abusar del poder, hacerse dueño de todos y hacer del pueblo un pueblo esclavo de sus caprichos.

En cambio, Jesús es Rey de otro modo. Es Rey, Pastor y Juez, como lo fue David, pero de un modo nuevo. Cristo es el Pastor de Israel. Él lo dirá de modo especial, “Yo soy el buen pastor que da la vida por sus ovejas”, “yo doy la vida porque quiero” (Jn 10, 18). Es así como Jesús, en la Cruz es Pastor de su pueblo.

Da la vida, pero también es el Juez. Dice el apóstol San Pablo, en la carta a los Colosenses, que el día de la crucifixión fue el gran día del juicio de Dios (cfr. Col 2, 14-16). Ese juicio fue favorable en la Cruz. Fue colgada la nota de la ley que nos acusa, ha sido rota en la Cruz de Cristo. Ahora Cristo nos ha declarado inocentes. Es el juicio favorable para la humanidad. Es un juicio de amor, de perdón. El ser humano ha sido perdonado en el juicio de la Cruz.

Pero, es cierto, hay un segundo juicio, el universal, que nos ha relatado el santo Evangelio. En ese juicio hay una materia por la que seremos juzgados: por la caridad con los más débiles y los insignificantes, con el que tiene hambre, con el que tiene sed, con el migrante, con el desnudo, con el encarcelado, con el enfermo, con el más pequeño de todos. El Señor nos preguntará si compartimos el pan, el techo, el afecto y el cuidado con los más débiles de su pueblo.

Cristo es Rey, pero quiere que, ustedes y yo, seamos reyes en su perfil, en su estilo. El día de nuestro bautismo, el sacerdote nos decía, “por la unción eres sacerdote, profeta y rey.

Los mártires gritan ¡Viva Cristo Rey! No es un grito de combate frente a los enemigos. Decían, según el mundo, que eran derrotados, pero, en realidad, fueron victoriosos.

La historia ha sido la historia del reinado de Dios contra todos los reinados del mundo. Mataron a los testigos del Señor porque ellos decían al emperador “tú no eres Dios”, recordando el “Shemá”, “Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza” (Dt 6, 4-5).

Esa es la respuesta del creyente. A lo largo de la historia, ustedes y yo, debemos recordar que hay un solo Dios, un solo Señor, un solo Rey, que todos los demás somos hermanos, personas, con todas las limitaciones que podemos tener. Ningún emperador, ningún gobernante, puede tomar para sí el único título que le corresponde a Jesucristo. Él es el único Rey porque ama, porque da la vida, porque nos hace seguidores de la Cruz.

Hermanas y hermanos, vamos a gozar de esta verdad que Cristo es nuestro Rey. Él no nos quiere someter como esclavos. Es el único Rey que hace libres a los hombres para amar, porque la peor atadura que podemos tener es no poder amar. Cristo es Rey porque nos hace libre.

En la Cruz, dice “INRI” (Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum), Jesús Nazareno Rey de los judíos. Pilato lo puso en señal de burla, pero eso se convirtió en profecía. Sin saberlo, Pilato profetizó. Jesús es el Rey del universo.

Vamos a darle gracias a Cristo que nos ha querido siempre y nos ama siempre. Él quiere que reinemos con Él amando a nuestros hermanos, reconociendo su presencia por medio de la caridad. Es posible ver a Cristo en la tierra, pero tenemos que verlo con los ojos de la caridad, con los ojos de la fe.

Que Dios bendiga a sus familias y a nuestro país, para que siempre reine Jesucristo. Porque su Reino es Reino de paz, de justicia, de amor, de santidad, de gracia y de verdad. Que Dios los bendiga.

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