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Cristo es el Pontífice, el puente que nos une con Dios y nuestros hermanos

Setenta aniversario Capilla Nuestra Señora del Sagrado Corazón / 23 de septiembre del 2017

Con gusto he venido a acompañar a esta comunidad de nuestra Señora del Sagrado Corazón para celebrar los setenta años de la dedicación de esta Capilla. Imagínense lo que ha pasado aquí en setenta años. Cuántas personas, como ustedes, han sido nutridas por la Palabra de Dios y por las gracias de los sacramentos. Cuántas penas y alegrías ha escuchado el Señor en esta Capilla. Por eso, hoy nos unimos en acción de gracias. Deseamos que siga siendo un lugar de encuentro con Cristo, donde puedan oír la Palabra de Dios, donde puedan recibir el consuelo que viene de Dios y los sacramentos, esas realidades que no se ven pero que se sienten, que llegan de modo misterioso y que se reflejan en la vida de cada uno.

Dice el apóstol san Pablo, “lleven una vida digna del Evangelio” (Flp 1, 27a), es decir, que nos parezcamos un poco a Cristo. Y digo un poco porque no podemos tener grandes pretensiones. Con humildad reconocemos que nuestras vidas están muy lejos de lo que Dios quiere. El profeta Isaías hablaba de esta distancia, “qué lejos están los pensamientos de los hombres de los pensamientos de Dios; qué lejos están los caminos de los hombres de los caminos de Dios” (cfr. Is 55, 6-9). Tenemos que reconocer esa gran distancia.

Cuando hay una distancia y está obstruida como un río, la manera de comunicarse sería haciendo un puente. Por eso, a Jesús le decimos el “Pontífice”, es decir, el que hace un puente entre Dios y nosotros. Una distancia infinita que ha sido acortada por el Señor. Para hacerlo, se hizo igual que nosotros, se hizo hombre. Cada domingo que leemos el prólogo según san Juan, recordamos esa verdad, “la Palabra se hizo un hombre y habitó entre nosotros” (cfr. Juan 1, 14). Así se hace el puente.

¿Cómo se acortan las distancias entre nosotros? Por la caridad. Cuando una mujer ama a su esposo se acortan las distancias; cuando el hombre ama a su mujer se reduce la distancia. Lo que acorta la distancia es el cariño y el amor. El amor es una especie de puente que une corazones distantes y los acerca. Cuando uno se siente amado, siente la cercanía. Eso es lo que ha hecho Jesús.

Y por eso hoy voy a compartir con los niños la gracia del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el que le dice a nuestro espíritu que Dios es nuestro Papá (cfr. Gál 4, 6). Sientan que Dios los ama. Pase lo que pase siempre Dios te ama. Hay cosas que no comprendemos porque superan nuestra capacidad de asimilarlas, pero en todo está Dios. “Todo contribuye para bien de los que aman a Dios” (cfr. Rm 8, 28). Oyeron la experiencia de san Pablo en la segunda lectura, “no sé qué escoger: por un lado, quiero morir para estar con Cristo, pero, por otro lado, siento la obligación de estar con ustedes” (cfr. Flp 1,20c-24).

La persona que ama a Dios todo lo mira positivamente, trata de entenderlo, y cuando no lo entiende le pide ayuda al Señor, o, aunque no lo entienda, lo voy a acepta. Por ejemplo, a Job le fue muy mal. Perdió su patrimonio, se le murieron los hijos, la mujer se enojó con él, él se enfermó. Al final de esos problemas dice, “no voy a hablar mal de Dios, mejor me tapo la boca porque no entiendo” (cfr. Job 1, 20-22).

Hay cosas que no entendemos, que nos duelen y nos tocan el corazón. No entendemos los sismos de nuestro país, pero decimos que no es castigo de Dios. En una ocasión, en tiempos de Jesús se derrumbó una torre y aplastó a los que estaban ahí. Jesús afirma que no les sucedió porque fueran pescadores. Si fuera así, ya hubieran muerto ellos también (cfr. Lc 13, 4).

Cuando haya cosas que no entendamos, cuando alguien se enferme, cuando nos fallen los bolsillos y no tengamos dinero, vamos a hacer una pausa, a taparnos la boca y a decirle al Señor: “no entiendo, ayúdame a entenderlo”. Así el Espíritu Santo trabaja en nuestro corazón. Pídanle al Señor su Espíritu Santo para comprender, sentir y estar de acuerdo con Dios.

Oyeron en el relato del Evangelio la invitación de Jesús que dice, “ustedes también vayan a mi viña” (cfr. Mt 20, 7). Son palabras para todos nosotros. El Señor invita a todos, sin exclusión. ¿Cuánto le pagó a cada uno? Un denario, es decir, lo de un jornal. El denario es el Evangelio. El Señor a todos nos da lo mismo porque es suficiente para nosotros. Nos da su Evangelio. Por eso, regreso a lo primero que les dije, dice san Pablo, “vivan conforme al Evangelio que hemos recibido”, la Buena Noticia de nuestra salvación.

Déjense acompañar por Jesús. Cuando tengan tiempo, lean los Evangelios. El que lee los Evangelios, entiende muchas cosas de su propia vida y entiende lo que pasa. Felicidades a las niñas y a los niños por este día de confirmación, a los papas y padrinos. Todos vamos a pedirle a Jesús para que lo que hoy reciben los niños les aguante toda la vida. Que a todos el Señor les regale el denario, es decir, el Evangelio.

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