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Con un simple saludo contagiamos la alegría

Misa y posada en colonia Garza Nieto, Monterrey / 21 de diciembre del 2017

Me da mucho gusto venir con ustedes a celebrar en este tiempo navideño. Tengo este compromiso y lo hago con mucho gusto. La Navidad es un tiempo muy bonito, es como una invitación a soñar. Es aprender a ver las cosas buenas y bellas que hay en el mundo y que nosotros podemos tocar y alcanzar.

La Palabra de Dios hoy nos puso dos ejemplos de lo que es el amor y el cariño, y que ustedes y yo podemos apreciar. En la primera lectura (Cant 2,8-14) se habló del amor de una mujer a su esposo y de un esposo a su mujer. Cuántas cosas bonitas se dice uno a otro. Cómo con palabras tiernas y dulces se hace presente el cariño y el afecto.

Ahí tenemos una enseñanza sobre cómo aprender a hablar con más cariño a las personas que están a nuestro lado. A veces, estamos muy cansados, enojados, fastidiados. Pero, ¿por qué tienen que sufrir los que están cerca? ¿Por qué voy a molestar a quien vive en la casa? ¿Por qué tengo que usar palabras rasposas para dirigirme a ellos?

Hay que tener este pensamiento: ¿Cómo hago feliz a los que están conmigo? Eso es Navidad, es un desafío a vivir el cariño y la ternura. Se fijaron cómo se hablaron en la lectura del Cantar de los cantares. Le dice el esposo a la esposa, “amada mía, despierta, ya paso el invierno, ya comienza a haber flores en el campo”. Ese aprendizaje lo podemos tener todos. Ustedes, cuando les hablan a sus hijos, a sus hijas, cuando le hablan al que viven con ustedes. Qué enseñanza tan buena y necesaria.

La segunda, saber saludar. Se fijaron cómo llega la Virgen María a la casa de su prima Isabel y la saluda (Lc 1,39-45). Cuando ella recibe el saludo, se emociona tanto que el niño que lleva en su seno también percibe la alegría de su mamá, y se mueve en el vientre de su mamá.

¿Cómo se puede contagiar la alegría y con algo muy sencillo que no cuesta dinero? Saludar. ¿Qué dinero nos cuesta saludar con cariño? No perdemos nada, ganamos mucho. Solo que, a veces, uno se va mal acostumbrando a no saludarse. Hay un ABC de la pastoral: un saludo y una sonrisa. Eso no cuesta dinero, pero qué difícil que salga del corazón.

Por eso se tiene que permitirle a Dios que estemos tranquilos, serenos, para poder tomar en cuenta al que está ahí. Porque, a veces, uno anda tan preocupado o pensativo que ni cuenta se da de que ahí pasa otra persona. ¿A caso no es bonito que, en la banqueta, se saluden conocidos o no conocidos?

Eso da alegría. Se agradece un saludo. Es lo que hace la Virgen María. Y luego, cuando venga Jesús a predicar, siempre hará cosas que no cuestan dinero y que son las más bonitas. Lo más bonito ni se compra ni se vende, solo se regala.

Vamos a pedirle este regalo al Niño Dios. Hacemos la vida un poquito más agradable. De por sí ya está dura y nosotros todavía le podemos un ingrediente más malo, no se vale. Ustedes, papás y mamás, esposas y esposos, comadres, vecinos, vamos a hablarnos con respeto, sin tanto insulto.

Lo más importante un saludo. Como el que María le hizo a su prima Isabel. Se fijaron cómo después del saludo, brotaron cosas muy bonitas. Isabel le dice, “bendito el fruto de tu vientre, bendita tú, María”. Porque cuando uno se saluda ve las cosas buenas de los demás.

El saludo es una bendición. ¿Qué es una bendición? “Ben-decir”, decir algo bueno. Decir algo bonito. El que saluda bendice. Fíjense que en el pueblo de Israel se saludaban con esta palabra: Shalom, la paz, la salud esté contigo.

Aquí en México también decimos “las saludes”, le deseo que esté bien, que esté sano y contento. Nos llevamos esa enseñanza tan simple y sencilla, pero tan necesaria. Porque a todos nos hace bien saludarnos, desearnos la paz desear, la salud.

El saludo es una bendición, no una maldición. Que Dios los ayude mucho a todos, que soñemos siempre que las cosas pueden ser mejor para el año 2018. Tengan esperanza, que el año 2018 será de más bendiciones. Que Dios los bendiga.

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