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Comulgamos en la Eucaristía y en el Sagrario adoramos a nuestro Señor

Capilla de adoración perpetua, nuestra señora de la esperanza / 12 de mayo del 2018

Estimados hermanas y hermanos: providencialmente hemos venido a agradecerle a Dios los cinco años de la adoración perpetua al Santísimo Sacramento en esta Capilla.

Y, providencialmente, lo hacemos en esta fiesta de la Ascensión del Señor. A partir de las seis de la tarde, ya saben ustedes, comienza el domingo. Estamos ya en el domingo de la Ascensión del Señor.

En esta fiesta de la Ascensión recordamos el envío que Jesús hizo a sus apóstoles de ir a predicar el Evangelio a todo el mundo, con la promesa de que siempre estaría con su Iglesia, que la Iglesia predicaría nunca sola, sino siempre acompañada por Jesús e iluminada por el Espíritu Santo.

Por eso, las tres fiestas van perfectamente unidas: la fiesta de la Pascua, la Muerte y Resurrección del Señor, fiesta de la Ascensión y Pentecostés.

Porque la Iglesia no puede predicar sin la gracia del Espíritu Santo. Oyeron en la primera lectura cómo Jesús les pidió a sus apóstoles que esperaran en Jerusalén a que el Espíritu Santo descendiera sobre ellos, y así comenzaran la predicación en todo el mundo. Primero en Jerusalén, luego en Judea, y luego en todo el mundo.

Y así ha sido, más de dos mol años de la predicación, o cerca de dos mil años de la predicación de la Iglesia. Qué bueno que corrijo, porque fíjense, el año próximo 33 vamos a celebrar el segundo milenio del misterio Pascual, el segundo milenio de la Ascensión y el segundo milenio de Pentecostés.

De hecho, mañana en México la Conferencia del Episcopado Mexicano dará a conocer el proyecto de pastoral de nuestro país, que quiere ponerse de frente a dos acontecimientos: en el año 33 celebramos los 2000 años de la Redención, los 2000 años de la Ascensión, los 2000 años de Pentecostés.

Pero poco antes en el año 2031 serán los 500 años de las apariciones de la Virgen de Guadalupe. Dos acontecimientos importantísimos.

Porque ambos acontecimientos, el que funda la Iglesia, la Redención y el envío del Espíritu Santo, pero también para nosotros la evangelización de México que se fortalece con el acontecimiento guadalupano.

Les decía desde el principio que qué bueno que el día de la Ascensión vengo a recordar los cinco años de la Capilla de adoración perpetua al Santísimo Sacramento.

Porque Jesús prometió estar siempre presente. Presente en su Palabra, que se proclama, que se reflexiona, que se apropia de la vida de los fieles.

Su segunda presencia, aquí en la Eucaristía. En cada misa, por las palabras de la consagración y por obra del Espíritu Santo, el pan se convierte en el Cuerpo de Cristo y el vino se convierte en la Sangre de Cristo. Y esta presencia eucarística se prolonga en el Sagrario. Para nosotros los católicos la Eucaristía es fundamental.

Pero también el Señor quiso estar presente en su Iglesia, en la comunidad, en cada persona, en cada ser humano. Fíjense qué gracia nos concede Dios, que ustedes y yo, seamos otro Cristo, sin merecerlo.

Ya Dios, desde que comienza la Creación, quiso que el hombre y la mujer fueran imagen y semejanza suya. “A imagen de Dios los creó, macho y hembra los creó”. Ese proyecto de Dios que, por el pecado, parecía borrarse, en Cristo se recupera y Él ahora quiere que cada persona, cada ser humano, sea reflejo suyo, que seamos imagen de Cristo.

Qué grandes milagros hace el Señor: primero, el poder de su Palabra; luego, el poder de su presencia eucarística y en los demás Sacramentos; luego, su presencia en cada ser humano. Él quiso estar siempre presente.

Hoy queremos recordar una de sus presencias: en el Santísimo Sacramento. Él quiso que el pan se convirtiera en su Cuerpo y el vino en su Sangre. Pero quiso que fuera para dos motivos: primero, para comerlo, y segundo, para adorarlo.

Primero para comerlo. Él es alimento de vida eterna. Allá por el siglo XVIII, la gente comenzó a propagar una idea que la Iglesia la calificó como herejía. La gente ya no quería comulgar porque decía, “soy pecador, no merezco recibirlo, solamente lo voy a adorar”. La Iglesia dijo, “no, por ningún motivo, primero es comulgar”.

Él quiso ser alimento. Ese es el fin primero de la Eucaristía. Fíjense que en algunos conventos de religiosas ya no querían comulgar, solo adorar. Es la herejía del … que la Iglesia condenó. Por eso van siempre juntas.

Primero, durante la Eucaristía, comulgamos, pero después en el Sagrario adoramos. Las dos cosas inseparables. La presencia de Dios que se prolonga más allá de la Eucaristía.

Le damos gracias a Dios por estos cinco años de adoración perpetua. Porque cuánto bien nos hace adorar, contemplar a Cristo en la Eucaristía. Nos hace mucho bien. Es una oportunidad para pedir por el mundo, por la comunidad; pedir a Cristo perdón por tantos pecados, pedir por la conversión de nosotros y de todos los pecadores.

Para eso está Cristo en el Sagrario, ahí lo adoramos, ahí intercedemos por la humanidad, ahí intercedemos por nuestra conversión.

Miren, hermanos, hay una diferencia entre magia y milagro: la magia es cuando uno piensa que todo se resuelve por algo que digo o por un rito que hago; milagro es creer en la intercesión y en el poder de Dios, es ponerse en las manos de Dios.

Nosotros, al adorarlo, pedimos milagros, es decir, que Dios se compadezca de nosotros. Cuando vamos a la adoración pedimos a Dios milagros. No hay magia. No porque vamos a rezar ocurren las cosas, no. Sino porque le pedimos a Dios y Él hace milagros. Pero hay que pedir, hay que rogar. No porque hagamos las cosas, sino porque Él quiere ocurren milagros.

Ustedes son testigos, seguramente, de muchos milagros que Dios ha hecho a través de adoración perpetua aquí en la Capilla.

Adorar a Cristo con sinceridad, con humildad, con buena intención, sin duda que trae milagros para nosotros, para nuestro pueblo, para nuestra nación.

Las cosas están muy mal en nuestro país, hermanos. Robos, asesinatos, divisiones, en las familias muchos problemas, donde quiera.

México ya no es el mismo. Avanza la inmoralidad, la falta de ética, la falta de corresponsabilidad, robos increíbles por todos lados.

México no era así, no eran así nuestras las ciudades, nuestros pueblos. Tenemos, por eso, que ponernos en las manos de Dios. Y les dije, adoramos a Cristo en la Eucaristía, por tres razones.

Primero, porque Él merece la alabanza, el honor y la gloria; segundo, porque tenemos que interceder por nuestro país, por nuestras colonias, para que haya bien, para que haya bondad y caridad; y tercero, y no por eso menos importante, por la conversión de nosotros y de todos los pecadores. Nadie, hipócritamente, puede excluirse. Todos tenemos que convertirnos a Dios.

Por eso, qué bueno que ya son cinco años de adoración ininterrumpida al Santísimo Sacramento. Hay que arreciar, hay que ponerle más y más ganas, porque México lo exige y también porque el amor a Cristo, que es lo más importante, dice san Pablo, “el amor a Cristo nos urge”.

Cristo merece nuestro cariño, nuestro agradecimiento, nuestro amor. Y eso tenemos que manifestarlo en cada misa, en casa Eucaristía, pero también cuando vamos a visitarlo en el Sagrario.

Que Dios los bendiga y con mucha esperanza y siempre con buen ánimo porque sabemos que Dios es primero. Dijo el Papa Benedicto XVI cuando vino a Guanajuato, “el mal no tiene la última palabra”. Dios tiene la última palabra, pero hay que escucharlo, hay que hacerle caso, hay que predicar sin descansar.

Eso es la fiesta de la Ascensión: una llamada a todos a anunciar el Evangelio en la sencillez de lo cotidiano, pero siempre que el mundo conozca, ame y sirva a nuestro Señor Jesucristo. Que Dios los bendiga.

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