Celebración de la Pasión del Señor – 14 de abril de 2017
Estimadas hermanas, estimados hermanos, la celebración de este viernes santo tiene una buena pedagogía. El Señor quiere iluminar nuestras vidas y nuestra historia personal con la historia de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre. Esta liturgia es muy especial, porque en el centro de ella estará la cruz de Cristo, y en torno a este signo está la Palabra de Dios que ha iluminado ese acontecimiento y también los signos litúrgicos que le acompañan.
Celebramos la muerte del Señor, la pregunta más difícil de responder, el asunto más delicado que tiene todo ser humano y que tiene que resolver y que tiene que pasar por Él: ningún hombre o mujer escapa a la muerte, por eso los signos son siempre muy sencillos. Hoy no hay alfombras, no hay manteles en el altar; a un servidor me piden celebrar sin mitra, sin solideo, sin báculo y sin anillo episcopal; cuando me acerque a la cruz, los sacerdotes y yo nos quitaremos los zapatos para adorar a Cristo crucificado, porque en este misterio de la cruz aparece lo más limitado de nosotros, y a la luz de Cristo aparece lo más grande de nosotros.
En el Evangelio hay dos modos de presentar a Jesús: “ecce homo”, este es el hombre, Cristo lastimado, burlado, coronado, con látigos en la espalda; ese es el hombre, así dijo Pilato, esta es la historia de cada hombre, de un modo o de otro ustedes y yo sufrimos en la vida, esa es nuestra historia. Aparece otro contraste, este es “el rey de los judíos”, aunque mandaron poner el letrero de la cruz en tono de burla, es la verdad mayor: Jesús nazareno, Rey de los judíos. Hombre y rey, pequeño y grande, mortal e inmortal. Esa es la historia de ustedes y mía, somos mortales; pero también tenemos un destino de inmortalidad, sufrimos, pero también somos reyes. Dice uno de los salmos que “lo hizo un poco inferior de los ángeles, lo corona de de gloria y dignidad”, el salmo se refiere a nosotros; el día de nuestra ordenación diaconal y sacerdotal también nos postramos en el suelo para recordar que somos polvo y al polvo hemos de volver, pero que maravilla que este hombre, esta persona que no vale nada en la cruz de Cristo tiene esperanza de eternidad, es el rey de la creación, es el Hijo amado de Dios. En la cruz de Cristo está ese contraste. Jesús “aprendió a obedecer sufriendo”, dice la carta a los Hebreos, es así como es el Hijo amado del Padre. Qué contraste, porque así es la vida de cada uno de nosotros. Ecce homo, ecce Rex, en medio de esas dos realidades se cruza la muerte, paso obligado para todos, y Cristo aceptó también morir, ser sepultado y al tercer día resucitar.
La lectura del Evangelio termina diciendo “y lo pusieron en un sepulcro… el que vio da testimonio de esto y su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean”. Hoy tenemos esta bella oportunidad de retomar nuestra vida, no somos tan importantes como a veces podemos pensar o alguien nos hace creer, somos humanos, gusanillos de la tierra, pero qué bello regalo de parte de Jesucristo: ser hijos de Dios, Él nos quiere mucho, Él nos llama a la eternidad y nos hace reyes porque nos ama y nos quiere.
Veamos en la cruz de Cristo esa realidad: el hombre, el rey, el Dios; el mortal e inmortal. En Cristo vemos nuestra historia. Pidamos la fe todos los días, que creamos en la vida eterna, que nos de la fortaleza interior para afrontar el examen definitivo; y el paso Pascual que tenemos que dar para pasar a la muerte creemos que ese paso lo podemos caminar y seguir adelante porque Dios nos ama, somos sus hijos y somos reyes. No dejen de mirar a Cristo muerto y sepultado, vean también su grandeza, la profecía de Jesús “mirarán al que traspasaron”. Que Dios nos bendiga y que nos ayude a asimilar nuestra historia y sobre todo a tener esperanza en la vida eterna.