Encuentro de catequistas 2017
Nos encontramos en el tiempo jubilar de las apariciones de Nuestra Señora de Fátima. En un día como este, hace 100 años, la Virgen les habló a los niños. Estos niños fueron catequizados por María. ¿Cómo catequiza la Virgen María a los niños? Primero, les toca el corazón, les habla con ternura; después, les ilumina con su palabra, los pone frente al escenario del mundo. Aún, en su pequeñez, ellos logran entender el dolor y la tragedia humana. Pero, también, la Virgen le dio las recomendaciones, que siempre son un llamado a la conversión, es decir, a volver a Dios, a orar con insistencia y a hacer penitencia.
Hoy quiero animarlos, a ustedes catequistas, a que sigan las indicaciones de la Virgen María. Ustedes, mejor que nadie, comprueban la gran capacidad que tienen niñas y niños de entrar en el misterio de Dios. Tendríamos que reconocer, los más grandes de edad, que los niños nos superan, en mucho, en la comprensión de las cosas de Dios. Por eso, nuestro servicio a los niños y adolescentes es muy importante.
Durante esta jornada han reflexionado sobre la importancia que tiene la familia y cómo la catequesis tiene ahí un hilo conductor. Porque el misterio de Dios es misterio de familia. Porque el misterio de la Iglesia es un misterio de la familia. Porque la familia es, también, Iglesia, y la Iglesia es familia de Dios. Pero no sólo eso, también el misterio del mundo. Porque los niños comprenderán que todo el mundo es una familia, la familia humana, la familia de Dios. Se fijaron cómo la Virgen les pide a los niños contemplar los problemas del mundo. No les habla sólo de dificultades de casa, o de su pueblo, sino los pone frente al escenario mundial. Porque esa es la labor de la catequesis, experimentar que eres de la familia de Dios, que eres parte de la familia que es la Iglesia, pero también, que eres ciudadano del mundo y miembro de la familia humana.
Hoy, precisamente, el Evangelio es una catequesis sobre la apertura que debe tener todo discípulo a pensar en el mundo entero. El profeta Isaías dijo, “mi casa de oración es casa para todos los pueblos” (cfr. Is 56, 6). Jesús, con su didáctica, hace este camino junto con los apóstoles y con esta mamá, la Cananea. No sabemos su nombre, pero sabemos que era una mamá, para que cada mamá le ponga ahí su nombre. Qué enseña Jesús a los discípulos y qué dialoga con esta mamá. A los discípulos les dice, claramente, “yo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel” (Mt 15, 24). El camino misionero de Jesús empieza con los más cercanos, pero no termina ahí. Tengo que llamar a conversión a las ovejas descarriadas de Israel. Con la Cananea toca un tema mucho más doloroso e hiriente.
Cuando Jesús le dice a la Cananea, después de que ella le pide ayuda, le dice el pensamiento que tiene la gente sobre loes extranjeros. En Israel, a un pagano se le decía “perro”. Por eso, Jesús le cita un decir de la gente, “no es bueno dar el pan de los hijos a los perros” (Mt 15, 26). También, el primer libro de catequesis, fuera de los Libros Sagrados, la Didajé, la enseñanza de los apóstoles, dirá palabras también muy duras: no se les dan las perlas a los puercos. Esta mujer no se echa para atrás, entiende lo que escucha y, en un acto de humildad, dice, “es cierto, el pan es para los hijos, pero a los perritos les toca las migajas que caen de la mesa de los hijos” (cfr. Mt 15, 26). Jesús quedó maravillado y le dijo, “mujer, que grande es tu fe” (v. 28).
Hermanas y hermanos, la fe, como en confianza a Dios, nunca es un camino sencillo y fácil. Siempre hay voces que nos desalientan, cuestionamientos que tenemos que superar. ¿Para qué? Para abrir el corazón. Por eso decimos en nuestro plan diocesano de pastoral que queremos ser una Iglesia de puertas abiertas y en salida. Qué difícil es tener las puertas abiertas, porque hay peligros, riesgos y dificultades. Pero la Iglesia sabe que tiene que ser así y que en el corazón de cada catequista debe estar esta apertura de Jesús. Para todos, sin excepción, es el amor de Dios.
Hoy, en el tweet que envié, expresé este pensamiento de que todos le pertenecemos a Cristo, uno de los que comentaron, que seguramente no es católico, dice en su réplica, “no todos le pertenecen a Cristo”, y cita a quienes tienen atracción al mismo sexo como no pertenecientes a Cristo. Por supuesto, que ninguno de nosotros puede pensar así. Cristo quiere a todos, le pese a quien le pese. Así ha sido su designio. Decimos en el Credo, “por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajo del cielo”. Ni ustedes ni yo ponemos fronteras y límites al amor de Dios. Nuestro trabajo, nuestra misión, es acercar a todas las personas al amor de Cristo, a que se sientan parte de la familia humana, tal vez, a la familia que es la Iglesia y también que se sientan parte de su propia familia.
Hermanas y hermanos, tenemos este desafío, nada fácil, muy complejo. Es cierto, hay cosas que no están bien y nadie jamás aprobará lo que es pecado, pero todo pecador merece el amor de Cristo. A nosotros nos toca testimoniar que el amor de Dios es para todos. En nuestros grupos de catequesis ningún niño, ninguna niña, puede ser excluido, ¡nunca! El Señor así nos lo pide, la Virgen María así lo enseña y, hoy, también nuestro Catecismo les va proponiendo cómo se va insertando uno en la propia familia, en la Iglesia y en la familia humana. Un católico siempre es de corazón abierto, siempre aprende de Jesús la incondicionalidad del amor.
Dijo hoy San Pablo, “todos hemos sido rebeldes” (Rm 11,30); dirá, también, “todos somos pecadores” (cfr. Gál 2, 17), todos sin excepción. Cristo ha querido perdonar. Él dirá, “yo he venido al mundo no para condenar sino para perdonar” (cfr. Jn 12, 47), para ponernos caminos de salvación. Por supuesto, que la catequesis es una invitación a la conversión. Jesús interviene como lo hizo con aquella mujer pecadora: levántate y no vuelvas a pecar (Jn 8,11). Convertirse diariamente, con la gracia de Dios, es la llamada de la Virgen María: conviértanse y hagan penitencia. El camino de Dios es también un camino exigente y nos pide hacer penitencia.
Quiero animarlos y animarlas catequistas a que hagan oración y hagan penitencia. Cuando sientan que el equipo, que la comunidad catequística, anda dividida, trae problemas, hay pleitos; cuando sientan que no logran transmitir con convicción a los niños y niñas el mensaje cristiano, es tiempo de penitencia. Jesús mismo dijo a los discípulos cuando no podían sacar un demonio, “esos demonios sólo salen con oración y ayuno” (cfr. Mt 17,21). No pensemos que los problemas se resuelven con dinámicas de integración, no; son buenas, pero no resuelven los problemas. Los problemas tienen raíz en el corazón humano. Por eso, siguiendo la voz de la Virgen María, tenemos que decir que estos tiempos para la Iglesia son tiempos de oración y ayuno. Vamos a comprometernos a ayunar para vivir en concordia y para que el camino a Jesús quede despejado.
Que Dios las bendiga y ya saben que aprecio toda su labor, que no son solo mi mano derecha, sino que son mi corazón. Tienen que transmitir a las niñas y niños el sentimiento de Cristo, porque Dios, en Cristo, por la gracia del Espíritu Santo, ama, de modo excepcional, a todos los niños y niñas. Que el Señor les bendiga y muchas gracias por ser como son.