Con una Eucaristía presidida por el Arzobispo de Monterrey, se celebró el pasado 3 de noviembre el décimo aniversario de la Casa Monarca, refugio que durante una década ha ofrecido acogida, acompañamiento y esperanza a miles de personas migrantes que atraviesan Nuevo León en su camino hacia una vida mejor.
La celebración tuvo lugar en las instalaciones del refugio, donde el Arzobispo expresó su profundo agradecimiento a Dios por esta obra de misericordia y por todos quienes han contribuido a hacerla posible. En especial, dirigió palabras de reconocimiento al Padre Luis Eduardo Zavala, fundador y director de la Casa Monarca, por su entrega constante, su sensibilidad pastoral y su compromiso inquebrantable con los más vulnerables.
“A veces siento un remordimiento por dejar solo al padre Luis Eduardo —dijo el Arzobispo con cercanía—, porque sé que este trabajo es de 24 horas. Pero pedimos a Dios que le conceda fortaleza, resistencia y esperanza para seguir adelante. Él y su equipo son testimonio vivo de una caridad que no se cansa”.
Recordando los inicios del proyecto, el Arzobispo destacó que la Casa Monarca nació como una iniciativa de fe y amor, una “primera” —como la llamó inspirándose en el Papa Francisco—, una acción que se arriesga sin esperar recompensas ni seguridades.
“Casa Monarca fue una primera: una iniciativa de amor sin cálculos, movida por la convicción de que el otro es importante y merece ser amado. Así comenzó esta aventura de la solidaridad, sostenida por la providencia de Dios”, afirmó.
Durante la homilía, el Arzobispo reflexionó también sobre la enseñanza del Papa Francisco, quien desde el inicio de su pontificado invitó a mirar con compasión la realidad de los migrantes. “Nos ayudó —dijo— a voltear la mirada y descubrir el rostro de Cristo en cada hombre y mujer que camina buscando una nueva oportunidad.”
El prelado pidió a los presentes y a la comunidad en general acoger y tratar con dignidad a los migrantes, recordando que cada persona tiene un valor inigualable ante los ojos de Dios:
“¿Quién te ha dicho que el color de la piel, el conocimiento o la condición social definen el valor de una persona? Ninguna circunstancia nos hace más o menos dignos. Todos somos hijos de Dios, y merecemos ser tratados con respeto y amor.”
En el marco de la fiesta de San Martín de Porres, celebrada el mismo día, el Arzobispo recordó el ejemplo del santo limeño, quien conoció el sufrimiento de la discriminación y supo responder con humildad, servicio y ternura.
“Frente al odio y al descarte, San Martín nos enseña el remedio del Evangelio: la humildad y el acercamiento. Amar sin esperar nada a cambio, servir sin cálculo, acoger sin condiciones.”
Finalmente, el Arzobispo alentó a los colaboradores, voluntarios y benefactores de Casa Monarca a continuar esta obra que, dijo, “es signo visible de la presencia de Dios en medio de su pueblo”:
“La caridad es una carrera de obstáculos, pero también una carrera maratónica. Sigamos adelante con confianza, sabiendo que Dios provee y que cada gesto de amor hacia un migrante es un acto de fe que transforma el mundo.”
Fundada en 2014, la Casa Monarca, Refugio para Personas Migrantes, ha acompañado a miles de hombres, mujeres y familias que cruzan el país. Con el apoyo de voluntarios, benefactores y comunidades parroquiales, continúa siendo un faro de esperanza que proclama con hechos el Evangelio de la misericordia.