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Un árbol bueno da frutos buenos

Ejercicios Espirituales Sacerdotes, el Refugio / 27 de junio del 2018

Me da mucho gusto venir a estar un momento con ustedes, animarlos a seguir en el camino de su formación permanente, que no es otra cosa que seguir el camino de santidad.

La Palabra de Dios que acabamos de oír es siempre alentadora, “por sus frutos los conocerán”. Estas palabras que dice Jesús no son para ponerlas en nuestra cara como quien se golpea frente a un muro; no. Son palabras de aliento, son palabras que nos ponen en camino de salvación.

Hay una traducción española que, en lugar de decir “fruto bueno o fruto malo”, dice, “fruto sano o fruto enfermo”. Que yo creo que da muy bien la invitación.

Los que hemos vivido en zonas agrícolas sabemos lo que significa este lenguaje. El drama de los campesinos cuando una plaga les obliga a tirar todos sus árboles y a volver a iniciar el cultivo. Dice un señor que cuando un árbol no sirve no queda más remedio que tirarlo y quemarlo. Porque lo enfermo contagia y contamina.

Todo ese lenguaje rico aparece en estas parábolas para ponernos siempre en alerta. El mal que cada uno de nosotros tiene o vive no queda encerrado en uno mismo, trasciende, contagia.

Cuando uno no está sano saca lo que trae y lo vierte en los demás. Esta es la gravedad del fruto malo, del fruto enfermo, que trasciende, toca a los demás. Y nosotros que somos parte de una Iglesia, pueblo de Dios, como un racimo de uvas, debemos cada uno cuidar que tengamos salud interior para poder también sanar el ambiente en el que vivimos, las personas con las que compartimos la vida.

Un sacerdote amargado, un sacerdote molesto, un sacerdote no bien identificado en la vida, no solo se daña él, sino que contagia, se hace un ambiente de plaga, de destrucción.

Por eso el Señor nos llama a sanar en profundidad. En la primera lectura, cuando el rey descubre la belleza del libro de la ley, el Señor nos muestra cómo el pueblo que ha pescado, que se ha contaminado, que se ha destruido vuelve a renacer, vuelve a escuchar la voz de Dios, vuelve a oír los mandamientos y a hacer la alianza.

Ese es el medicamento que tenemos nosotros: la ley de Dios en nuestro corazón. Porque la enfermedad espiritual es el alejamiento de los mandamientos divinos, a los cuales estamos llamados siempre a cumplir.

Ahí está la ley de Dios, hay que pedirle al Espíritu Santo la gracia de poder cumplirlos, de poder vivirlos. Porque también en la vida uno se va haciendo como empedernido donde ya no penetra la Palabra del Señor, donde se pierde el anhelo del cambio, el anhelo de la superación, el anhelo de la salud interior.

Hoy celebramos la fiesta de nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Esta advocación la uno a la congregación religiosa que fundó san Alfonso María de Ligorio, dedicados a promover moral cristiana, en esta búsqueda, deseo, que la ley de Dios sea comprendida, sea asumida en los nuevos contextos en los que la gente se encuentra.

Nosotros también, como todas las personas, estamos en esos ambientes donde se dificulta cumplir la ley de Dios. Uno va haciendo su idea, uno va acomodando la vida a su propio gusto, a su propia conveniencia. Y qué importante es ubicar el llamado de Dios a la santidad en medio de las circunstancias que nos toca vivir.

Volviendo al inicio de la reflexión, “por sus frutos los conocerán”. Hermanos, vamos a dejarnos ayudar por Dios. Hay que sanar nuestro árbol, nuestra vida. Que no sea necesario que Dios tenga que cortarnos y quemarnos, sino que podamos tener solución.

Hay solución. Yo he visto como tantos árboles con plaga se solucionan, pero si se interviene a tiempo. Tenemos esa gracia, esa oportunidad, de que, a través de los ejercicios, de nuestro ministerio, podemos ir sanando. Sobre todo, pidiéndole a Dios, hacer sacrificio, exigirnos a nosotros mismos, dominar nuestro cuerpo. Que Dios los bendiga y ánimo bajo la intercesión de nuestra Señora del Perpetuo Socorro.

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