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La Eucaristía conforma la vida comunitaria

Misa Parroquia María Reina de la Paz, santa Catarina / 4 de junio del 2018

Estimados hermanas y hermanos, primero muchas gracias por venir a compartir esta celebración. Agradezco al padre Napoleón la invitación para estar con ustedes esta tarde.

Creo que, a lo largo de estos dos años en los que el padre Napoleón ha estado con nosotros, han descubierto y han sentido cómo el padre se ha hecho eco de las preocupaciones de nuestra Arquidiócesis.

Durante este año yo he pedido, en nuestra Arquidiócesis, que acentuemos la importancia de la Eucaristía. En el plan diocesano de pastoral estamos trabajando sobre la comunidad cristiana y también sobre nuestros deberes que tenemos como ciudadanos, poniendo el acento en la primera parte.

El que es buen cristiano es buen ciudadano. Y el que es buen cristiano, pone en el centro de su vida la Eucaristía. Porque la Eucaristía es la que conforma la vida comunitaria.

Podría decir que la crisis comunitaria es crisis eucarística, y que la crisis eucarística es una crisis comunitaria. Veamos cómo celebra una comunidad y nos daremos cuenta cómo va esta comunidad.

Porque quien cree que Cristo se hace presente, de modo real, en el pan y vino eucarístico, lo traduce en su actitud frente a los hermanos.

Cuando una comunidad está dividida, dispersa, no celebra bien la Eucaristía, pierde el fervor eucarístico, se le olvida que Cristo está presente realmente en la Eucaristía. Y se nota en su actitud y en la manera como se hace presente en la comunidad celebrativa.

Por eso nuestra Arquidiócesis quiere animar a toda la comunidad a vivir mejor la Eucaristía, tomando conciencia de la grandeza de este Misterio de fe.

Les he pedido que los domingos, al final de la Eucaristía, se recite un pasaje del Evangelio de san Juan que habla de la realidad de este Misterio. “Mi carne es verdadera comida, mi sangre es verdadera bebida. El que come de este pan y bebe de este cáliz tiene vida eterna”.

Esa es la promesa de Jesús, es la promesa eucarística. Y por eso los sacerdotes y toda la comunidad debemos siempre trabajar para que no se pierda este tesoro de la fe.

He venido cuando bendije la capilla de adoración perpetua al Santísimo Sacramento. Ahora vengo para develar este mural en el centro del cual estará el Sagrario.

Todo confluye a este Misterio que se celebra en el altar. Siempre las luces, como las miradas, deben estar enfocadas en este admirable Misterio de la presencia real de Cristo. Toda la catequesis, toda la vida cristiana, tiene que brotar y manar de este manantial de vida eterna.

Hoy quiero, nuevamente, animar a esta comunidad parroquial para que siga poniendo en el centro de su vida el Misterio eucarístico. Si nos formamos, si somos parte de pequeñas comunidades o de guapos parroquiales, siempre es con la finalidad de encontrarnos con Cristo, que se hace presente de modo real en la Eucaristía.

Ya saben que la Iglesia tiene siempre una enseñanza sobre la importancia que tiene la celebración eucarística y la participación comunitaria. Que, al mismo tiempo, nos da la enseña sobre el culto eucarístico cuando termina la Misa. Importante también ese segundo momento que nos permite como digerir la grandeza del Misterio eucarístico.

Al final de cada Misa se nos dice, “vayan en paz a vivir lo que aquí se ha celebrado”. Cuando la Misa era en lengua latina, decía el sacerdote, “Ite missa est”, vayan, la misa se ha realizado; vayan a vivir lo que aquí se ha celebrado.

Porque la celebración eucarística tiene una doble conexión. Primero, nos conecta con Dios, con Jesucristo, entramos en comunión con Él.

Pero también entramos en conexión con los hermanos, con la comunidad. Y esa conexión nos obliga a ser misioneros, a llevar con aquellos que no vienen, con aquellos que no participan, con aquellos que han puesto una distancia intencional o no intencional con la Iglesia, es deber nuestro compartirles el gozo eucarístico.

Porque en la Eucaristía recibimos un doble banquete: el banquete de la Palabra y el banquete del pan y el vino eucarísticos, que se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Por eso ponemos atención a lo que se ha anunciado en la Palabra, para que la Palabra de Dios nos permita, cada vez con mayor riqueza espiritual, vivir el Misterio del encuentro con el Señor.

En esta tarde hemos oído la Palabra que nos toca escuchar en toda la Iglesia. Quiero fijarme en dos pensamientos, uno que nos habló el apóstol san Pedro, que habla de la justicia en Cristo.

Es muy importante entender cómo es el modo de ser de Jesús. Su justicia ha sido perdonar. Uno, normalmente, cuando escuchamos la palabra “justicia”, y uno tiene razón en entenderla así, la justicia distributiva es cuando a cada uno le damos lo que le corresponde.

Pero, fíjense cómo la justicia de Dios va más allá de eso. ¿Qué nos correspondería si Dios fuera justo en la distribución? No nos tocaría nada, porque somos pescadores. Gravemente ofendemos a Dios y no mereceríamos lo que Él hace por nosotros.

Pero, ¿en qué ha consistido su justicia? En que ha derramado muchas gracias, ha sido exagerada su misericordia, su generosidad ha sido extrema que nos ha llamado a ser parte de su vida.

Dice el autor de la carta a los Hebreos, “Él no se avergüenza de llamarnos hermanos”. A pesar de todo, a pesar de nuestra vida pecaminosa, a pesar de las traiciones hacia Dios, Él sigue derramando las gracias de su perdón y de su justicia.

Oímos la parábola del Evangelio, que es la historia de Israel. Pero es también nuestra historia, la historia de la humanidad que nunca ha sido justa con Dios, que siempre ha querido arrebatarle a Dios lo que le toca.

Le hemos arrebatado el honor, la gloria y el poder. Y a Cristo le hemos querido arrebatar su condición de Hijo de Dios.

Por eso, decía hoy Jesús en el Evangelio, relatando esta historia que termina de modo trágico, “los viñadores deciden matar y expulsar el cuerpo del hijo fuera de la viña. Y queda una pregunta que hace ahí el Señor, “¿Qué hará el dueño de la viña con estos desalmados?” Seguramente los castigará.

Pero saben ustedes cómo ha sido la sentencia de Dios: perdonar, mereciendo ser ajusticiados. Si la justicia de Dios fuera distributiva, ¿qué nos tocaría a nosotros? Siempre aparece la grandeza de su amor o, como le llamará san Pablo, “Él nos justifica, nos declara inocentes siendo claramente culpables”.

A veces venimos a la Eucaristía a percibir, a sentir, a gustar, a vivir, la misericordia de Dios que, no solamente, nos pone a contemplarlo en su grandeza, sino que se empequeñece de tal modo que se convierte en alimento para nosotros. Decide perderse en nuestro cuerpo para que tengamos vida, para ser transformados por Él.

Por eso, quiero animar a toda la comunidad cristiana de esta parroquia para que tengan siempre, con mucho interés, en el centro de la vida, la Eucaristía. Cuiden su celebración, vívanla con devoción y con entrega, respeten el espacio eucarístico.

Estará siempre en la capilla de adoración perpetua el Señor. No dejen de frecuentar a Cristo en la Eucaristía. Porque quien mira a Cristo aprende a vivir como hermano.

Así que, agradecidos con Dios. Y, padre Napo, siga promoviendo mucho y siempre la participación eucarística y la devoción a Cristo sacramentado.

Esta es nuestra tarea. Pero para que esto se haga una realidad, tenemos que trabajar en muchos aspectos de la vida pastoral.

Porque la pastoral tiene tres tareas: predicar, celebrar y vivir la caridad. Ninguna de estas puede caminar solas. Todas se alimentan, todas se fortalecen. Pero, en el centro de todo, está siempre nuestra vida eucarística.

Que Dios los bendiga y sigan procurando siempre que Cristo esté en el centro, que la Eucaristía sea el eje vital de la comunidad cristiana.

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