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Pidámosle al Señor la fe eucarística, que podamos creer en su presencia

Corpus Christi, Catedral de Monterrey / 31 de mayo del 2018

Hermanas y hermanos, agradezco que hayan venido conmigo a la catedral a esta gran solemnidad de la fiesta de Corpus Christi, la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo.

El Papa san Juan Pablo II un día que escribía sobre la Eucaristía dice, que lo único que uno puede hacer, frente a este admirable Misterio, es el asombro.

Fíjense bien, no nos queda otra reacción más que asombrarnos de este Misterio admirable, el Milagro de los milagros, que el pan se convierta en el Cuerpo de Cristo, y el vino en su Sangre.

Y este Milagro lo tenemos frecuentemente en nuestras Eucaristías. En las grandes fiestas, la Iglesia propone una secuencia, que es un canto, una poesía, que describe, teológicamente, el sentido de la fiesta.

La escuchamos en Pascua, el domingo de resurrección, escuchamos otra en Pentecostés, y, desde luego, la secuencia del día de hoy, de Corpus Christi.

Ustedes oyeron esa poesía bellísima que, según la Tradición, la escribió santo Tomás de Aquino, en la que describe la grandeza de este Misterio insondable, inabarcable, que no podemos comprender en plenitud.

El papa san Juan Pablo II nos pidió considerar las tres cosas más importantes de la Eucaristía: la primera, la presencia real de Cristo. Ese es el primer efecto bellísimo de este Milagro. Cristo está realmente presente en la Eucaristía, como tú y yo estamos presentes en esta Catedral, presencia real.

Segundo, la Eucaristía es el banquete pascual. Por eso la Eucaristía es siempre festiva. Hemos cantado. Aunque hubiera un acontecimiento triste, la muerte de un familiar, de un amigo, de todos modos, la Eucaristía es banquete pascual. Es la fiesta de la Pascua que hoy describía al Evangelio de san Marcos, cómo Cristo celebra la pascua, jubiloso, con sus discípulos.

El tercer significado de la Eucaristía es la actualización del sacrificio de Cristo. Si bien, es cierto, que una sola vez murió Cristo en la cruz, y ese hecho es irrepetible, sin embargo, nosotros creemos que aquí en el altar se hace un memorial que revive ese acontecimiento fundante de la Eucaristía: el sacrificio de Cristo, el sacrificio pascual.

Tantas cosas podemos decir de la Eucaristía. Pero yo quiero invitarles a pedirle al Señor la fe eucarística, que Dios nos conceda creer en su presencia.

Saben que el origen de la fiesta de Corpus fue por un acontecimiento de fe. Dice la Tradición que un día celebraba un sacerdote y, en el momento de la consagración, él tuvo dudas de la presencia real de Cristo. Y cuando hace la fracción del pan ve que escurre sangre de la hostia. Y esa hostia está expuesta en Italia.

El Papa le pidió a san Buenaventura, un gran teólogo, que fuera a investigar qué había ocurrido. Al final, la Iglesia reconoció que había sido un milagro eucarístico. Desde entonces, la Iglesia, para recordar aquél hecho, celebra la presencia real de Cristo, la transubstanciación, un jueves, como hoy, jueves de Corpus.

Que el Señor nos conceda la fe. Y pidan por nosotros, los sacerdotes, su obispo, que celebramos diariamente la misa. Que no caigamos en la rutina, que hagamos siempre lo posible por concentrarnos en la celebración.

Que las distracciones y los problemas que tenemos queden en la sacristía y, cuando vengamos a la misa, estemos junto con ustedes asombrados de este milagro eucarístico. Que no es obra humana, que no depende de nosotros, los sacerdotes, como personas, sino por un don de Dios. Por eso la Iglesia conjunta dos sacramentos, el sacramento del orden sacerdotal y la Eucaristía.

Y nosotros, aunque fuéramos malos, aunque somos malos, a pesar de todo, el milagro se realiza, porque este milagro no depende de que el padre sea bueno o malo. Puede ser el peor sacerdote, pero se realiza el milagro. Claro, todos quisiéramos que el padre que preside la Eucaristía sea santo. Pero esta es la grandeza de este Misterio. Más admirable aun cuando uno considera esta realidad.

Por eso pidan por nosotros para que creamos, celebremos bien la misa y animemos al pueblo de Dios a respetar, a querer, a adorar, y, sobre todo, a participar en la Eucaristía. Que Dios nos bendiga y démosle muchas gracias a Cristo que quiso quedarse con nosotros.

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