Fiesta patronal parroquia de la Natividad del Señor Santa Catarina / 8 de abril del 2018
Gracias, hermanas y hermanos, por venir a este encuentro eucarístico. A todos y a cada uno les agradezco, de modo especial, a los jóvenes que con gusto han querido compartir este momento de fe. Gracias a los diáconos, a los hermanos sacerdotes y a mi hermano Obispo, Ramón.
Me dio mucho gusto el saber que, en este segundo Domingo de Pascua o Domingo de la Misericordia, celebráramos su fiesta parroquial.
La fiesta parroquial ha sido siempre muy complicado colocarla adecuadamente. El 25 de diciembre, como es una fiesta familiar y muchos quieren convivir en casa, por eso no se hace la fiesta. Luego, la otra posibilidad, el 25 de marzo, siempre estamos en tiempo de Cuaresma o muy cercanos a la Semana Santa.
Por eso, ahora que la celebramos en este Domingo de la Misericordia, creo que está bien ubicada. Le dije al Padre Alfredo que, ojalá, ya quedara el segundo Domingo de Pascua, para no estar que ahora cayó bien y ahora no cayó bien. El padre Alfredo y el consejo parroquial verán qué es lo más conveniente.
Me da mucho gusto celebrar con ustedes este Domingo de Pascua, Domingo de la Misericordia. La misericordia de Dios, manifestada en Cristo Jesús, comenzó desde el mismo momento de la Encarnación y el Nacimiento de Cristo.
Toda la vida de Jesús es misericordia, es señal, es signo del amor incondicional que Cristo tiene al mundo y a la Iglesia. Por eso, en el Credo decimos, “por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del Cielo.
La Natividad, el Nacimiento de Cristo, fue la primera muestra de su misericordia, que culminará en el misterio Pascual, en la Muerte y en la Resurrección del Señor.
Dirá san Pedro, cuando por primera vez anuncia el nombre de Jesús, “Él pasó aquí haciendo el bien”. Siempre haciendo el bien, desde que nace hasta que resucita, haciendo el bien por nosotros y para nosotros.
Quiero fijarme una sola cosa de la similitud del acontecimiento de la Natividad y este Domingo de la Misericordia. Ambos acontecimientos tienen una palabra clave: la paz.
Cuando Cristo nace recuerdan que los ángeles anuncian la paz de Cristo, “gloria a Dios en el Cielo y paz en la tierra a la gente de buena voluntad”. Un saludo, la paz.
Así el Ángel Gabriel le anunció a la Virgen María. Saludó a María y le dijo, “Xaire, María”, “Dios te salve, María”, “Alégrate, María”. Y el Ángel le saludó como se saluda en Israel, “shalom”, la paz contigo.
Y también, después la Virgen María saludará a su prima Isabel. Dice el Evangelio que, apenas Isabel escuchó el saludo de María, el hijo que llevaba en su seno saltó de alegría. Porque oír “Shalom”, oír “la paz esté contigo” lleva una inmensa alegría.
¿Qué oímos en el Evangelio? La paz esté con ustedes. Y dice el Evangelio, “se llenaron de inmensa alegría al oír este saludo”. Y lo volvió a repetir, “la paz esté con ustedes”.
Hermanos y hermanas, qué importante es saludar. Nunca dejen de saludar, es el primer paso de la evangelización. Así lo dije en la carta pastoral, “el ABC de la evangelización es saludar”, desearle a los demás la paz de Dios.
No se acostumbren a verse y a ignorarse, no se acostumbren a pasar y no saludar. Sé que esta es una de las tendencias sociales, el no saludarnos. Los jóvenes no saludan. Si no tomo la iniciativa no saludan. Se pierde este primer gesto humano y espiritual.
“La paz esté contigo”, así saluda el Señor a los discípulos. Les dice, prácticamente: no tengo nada contra ustedes, vean la señal de los clavos, vean la llaga de mi costado, no vengo a cobrar factura, estoy en paz con ustedes, borrón y cuenta nueva, comenzamos otra vez.
Esa es la paz que trae Jesús, que no crea enemigos ni culpables. Él podía haberles dicho: a ver, ¿por qué me abandonaron? ¿por qué, cuando fue el momento más drástico de mi vida, desaparecieron?
Les dice, “la paz esté con ustedes” y les mostró las señales de los clavos y el costado. Y no solo eso, hermanos, el Señor agregó dos grandes regalos: Como el Padre me envió así los envío yo.
No solamente no les echa en cara a esos traicioneros, sino que los invita a compartir la misión. Eso es misericordia, eso es perdón, eso es cariño.
El Señor no se fija en su debilidad, sino que los llama a compartir la misión, “como el Padre me envío así también los envío yo”.
Otro regalo más, sopló sobre ellos y les dijo “reciban el Espíritu Santo”, otro regalo, el gran regalo de Jesús: Reciban el amor de Dios, y con él, el perdón y la reconciliación.
Fíjense bien, el mismo regalo del día del Nacimiento, el día de la Natividad del Señor, es el mismo regalo el día cercano a la Resurrección. A los ocho días que Cristo había Resucitado, les vuelve a dar el mensaje.
Es el primer día que Cristo evangeliza. Después de que muere, cuando resucita tiene aquel encuentro con María Magdalena, aquel encuentro con los discípulos de Emaús. Pero a los discípulos juntos es el primer día que los evangeliza, con una palabra, “la paz esté con ustedes”.
Con un saludo tan ordinario, pero tan lleno de Dios, tan lleno de amor, de perdón y misericordia, les devuelve el corazón lleno de amor a sus discípulos.
Hermanas y hermanos, cuántas enseñanzas recibimos del misterio de la Natividad del Señor. Pero también cuántas enseñanzas en este Domingo de la Misericordia. No olviden esa enseñanza básica que luego genera otras muchas cosas buenas: el saludo.
El Ángel saluda, la Virgen saluda, Cristo saluda, los apóstoles saludan al pueblo. Vean las cartas del apóstol san Pablo, todas comienzan con un saludo, “la paz de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre, la comunión del Espíritu.
Y en algunas, como la carta a los Romanos, termina diciendo san Pablo, “ahí les va también un saludo por escrito de parte mía, salúdenme con el ósculo de la paz”.
Es lo que hemos aprendido los cristianos, no olviden esa lección básica. Saluden al vecino, saluden a la amiga, al amigo, saluden a sus hermanas, a sus hermanos, salúdense aquí los fieles que vienen a la comunidad cristiana.
Si perdemos el saludo, perdemos muchas gracias de parte del Señor. Llévense el saludo de Cristo, “la paz esté contigo”, “la paz esté con ustedes”.
Es un cúmulo de belleza, de bendiciones, que están detrás de un saludo. Cuando alguien te saluda te hace sentir bien, ¿o no? Cuando alguien no te ve o no te pela deja una honda huella de dolor en nosotros.
Por eso, un cristiano saluda, un misionero, un discípulo de Jesús saluda. Porque el Ángel saluda, porque la Virgen saluda, porque Cristo siempre saluda y también los apóstoles y discípulos del Señor.
Que Dios los bendiga y que, al recordar el misterio de la Natividad del Señor en este Domingo de Pascua, comprendamos que la Natividad del Señor fue el primer gesto, la primera señal de la misericordia divina.
Dios quiso estar con nosotros, en medio de nosotros. Él es el Emmanuel, el Dios que quiere vivir con nosotros. Qué mayor misericordia y amor de Dios que vivir en medio de nosotros sin merecerlo.
Cristo no debió haberse juntado con nosotros, pero Él quiso hacerlo, quiso estar con nosotros. Dice el autor de la carta a los Hebreos, “no le dio vergüenza llamarnos hermanos”.
Que Dios nos bendiga y, con mucha alegría, dispongámonos a vivir mejor nuestra vida cristiana. Natividad del Señor, Domingo de la Misericordia, acontecimientos de paz, de misión, de gracias del Espíritu Santo.