Misa Parroquia san Isidro Labrador, Escobedo / 04 de febrero del 2018
Hermanas y hermanos me da mucho gusto oír con ustedes la Palabra del Señor. Sin duda, Palabra de mucha esperanza, porque Dios sabe hablarnos de acuerdo a lo que nos pasa.
Decía un filósofo, hablando mal de la religión, “la religión es opio”, es decir, no cura, pero lo entretiene. Nosotros sabemos que no es así.
Que, si bien es cierto, nuestras vidas están marcadas por el sufrimiento, Dios, en Cristo, de manera muy real, muy cierta, hace por nosotros lo que debe hacerse con un ser humano.
Oímos muchas historias reales. La historia de Job (Jb 7,1-4.6-7), la historia de la suegra de Simón Pedro, no sabemos cómo se llamaba, simplemente dice, “la suegra de Simón” (Mc 1,29-39). Estas historias son reales, son cotidianas.
La primera, la historia de Job. Leyendo todo el libro sabemos lo que el pasó. Era un hombre exitoso y, de repente, todo se va para abajo. Se le mueren los hijos y su esposa se enoja con él, se enferma de una enfermedad que parece incurable.
Estando postrado, desanimado de la vida, hace esta reflexión que oímos en la misa, “la vida del hombre es como la de un militar, es como la de un jornalero, como la de un esclavo”. Eso que dice él lo siente, así lo vive.
Siente tan duro lo que está viviendo que, al final le dice a Dios una oración, “acuérdate, Señor, que mi vida es un soplo”. Una oración ferviente, real. Es la experiencia que tiene de la vida, todo se va tan rápido. Dice, “dura la vida como una lanzadera”, corre veloz.
Es cierto. Los niños son jóvenes, los jóvenes son adultos, los adultos somos ancianos. Así corre la vida, es como un soplo, dura poco tiempo. Además, está siempre circulada por el dolor y el sufrimiento.
De ahí sale la oración de Job, “recuerda, Señor, que mi vida es como un soplo”. Esa oración dicha por Job es la de mucha gente, de muchos siglos, de muchas historias. Cristo vino hacerse eco de ese sentimiento, de ese dolor.
Lo hace de manera puntual y sencilla. Jesús se acercó a la suegra de Simón, y tomándola de la mano, la levantó”. Eso es lo que hace Jesús. Se acerca, toma de la mano y levanta.
La cercanía. Cuando uno está enfermo, cuando uno tiene un problema serio, cuánto bien le hace a uno la cercanía. No hay cosa peor que vivir en soledad los problemas. Es cierto, la primera reacción de uno es encerrarse, meterse en el dolor y no respirar.
Cuánto bien nos hace una compañía, la cercanía de alguien que sabemos que le interesamos y que nos quiere. Esto es lo que hace Jesús. La suegra de Simón tiene fiebre, podía parecer una enfermedad simple, pero como quiera se acercó.
Jesús se acerca, la toma de la mano y la levanta. Esa cercanía, ese tocar de cerca a una persona trae la salud. Pero Jesús no solamente aborda el tema de la enfermedad, sino también de otra realidad. La realidad misteriosa del mal, del demonio; endemoniados y enfermos.
Cuando oímos hablar de endemoniados no hablamos de las películas, ese es otro asunto. Es la realidad misteriosa del mundo. ¿Por qué alguien es tan malo? ¿Por qué no se tienta el corazón antes de lastimar? ¿Por qué golpea? ¿Por qué asesina? ¿Por qué secuestra? ¿Por qué roba?
Sin duda, que hay una responsabilidad personal, pero también hay un misterio que no logramos entender. ¿Por qué alguien es tan malo?
El apóstol san Pablo, en la carta de Romanos, dice, “no entiendo, no logro explicar, cómo, pudiendo hacer el bien, hago el mal; sabiendo que el mandamiento de Dios es santo, que lo que manda es sagrado y, sin embargo, hago lo contrario. Hay algo en mí que no checa, hay algo que parece más fuerte yo, más fuerte que mi voluntad y mi deseo de ser bueno”.
Y grita el apóstol Pablo, “¿y quién me salvará de esta situación? Solo Cristo puede salvarme de esto (cfr. Rm 7, 10-25). Jesús cura a los enfermos, cambia los corazones, es decir, echa fuera al diablo.
Al final del Evangelio, cuando Pedro y los demás le dicen, “Señor, todos te andan buscando”, Él dice, “vamos a predicar el Evangelio que para eso he venido”. Y recorría todos los pueblos de Galilea predicando el Evangelio y expulsando los demonios.
Ese es el poder de la Palabra, es el poder de Cristo. ¿Quieres ser bueno? Hay que ponernos en las manos de Dios. El diablo hace su trabajo, no quiere que seamos felices, no quiere que amemos a Dios, no le gusta que nos amemos entre nosotros. Es el padre de la mentira.
Por eso Jesucristo vino a evangelizar. San Pablo dice, “¡Ay de mi si no evangelizo!”. Y se pregunta, “¿cuál es la recompensa de evangelizar? Gozar de los bienes del Evangelio”.
Hermanas y hermanos, yo quisiera que tuviéramos en mente a tanta gente que sufre. Seguramente más que nosotros. Enfermedad, desilusión y, lo más serio, las consecuencias del maligno.
Jesús tiene poder, pero hay que hacer como Job, una oración. Cristo siempre hace oración. Se fijaron lo que hace Jesús, muy temprano, antes de que amaneciera, Él ya estaba rezando. Si lo hace Jesús que es el Hijo de Dios, ¿por qué no nosotros?
La oración es siempre muy sana, es la mejor terapia, la mejor medicina. Háblale a Dios, cuéntale a Él tus problemas y Dios te dará respuesta. Como dice Job, “acuérdate, Señor, que mi vida es un soplo”.
Que Dios los bendiga y vamos a echarle muchas ganas a la vida, porque en medio de todo, la vida siempre es un regalo de Dios, la vida tiene su belleza, aunque tiene sus problemas y, a veces. muy graves.
¿Por qué la vida puede ser siempre bella para nosotros? Porque tenemos un gran amigo, un gran compañero de camino, Jesucristo, nuestro Señor.
Vamos a implorar también la intercesión de la Virgen María y del patrono de su parroquia san Isidro, para que ellos también sean nuestro compañero de viaje y podamos encontrar en medio de todo siempre un respiro, el respiro de la fe y del amor del Señor.