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Qué importante es exorcizar la asamblea

Misa Parroquia nuestra Señora de la Esperanza / 28 de enero del 2018

Hermanas y hermanos, qué gusto venir a celebrar con ustedes. Ya saben que todos los domingos celebro en la Catedral, por la mañana a las 8.30am. Procuro el domingo visitar una o dos parroquias, según sea mi tiempo, para recorrer las parroquias de la Arquidiócesis.

Hoy vine a celebrar con ustedes y vine a escuchar la Palabra de Dios y también a ser testigo, con ustedes, del milagro grandioso de la presencia de Cristo en el pan y el vino eucarístico.

Quiero hacer una reflexión del santo Evangelio (Mc1,21-28). El santo Evangelio nos cuenta una lucha entre Jesús y el demonio en una sinagoga.

Que haya gente negativa en la calle es explicable. Cristo se encontró con la gente en la orilla de los lagos, en la montaña, en el campo abierto, en el desierto. Por ahí era normal que encontrara personas de distinto modo de ser y de pensar.

Ahora lo que ocurre es en la sinagoga, el lugar sagrado por excelencia para el pueblo de Israel. Ahí se oye la Torá, la Palabra del Señor, ahí se cantan los salmos, ahí se oye la explicación de la Escritura, ahí se reza.

Y, sin embargo, en la asamblea, en la sinagoga, ocurre este misterio del mal. El diablo no quiere que se oiga la Palabra de Jesús, no permite que los corazones cambien, que haya conversión.

Por eso, cuando la Palabra de Jesús resuena comienza un conflicto interno en las personas, un conflicto de ideas positivas e ideas negativas, de querer hacer el bien, de sentir que no lo puede hacer, buscando siempre pretextos para no oír la Palabra, culpar al que está hablando, decir “el que habla está manipulando la Palabra del Señor”.

Por eso hoy todo se centra en que Jesús enseña como quien tiene autoridad y no como los escribas. ¿Quiénes se han sentado en la cátedra de Moisés? ¿Quiénes son los responsables de descubrir con el pueblo la voluntad de Dios? Los rabinos, los escribas, los fariseos.

¿Qué les ha pasado a muchos de ellos que han enredado el mensaje? Tan claro y tan contundente, lo han hecho difícil de entender, lo han convertido en una carga para el que está escuchando.

Decía Jesús, “ustedes hacen cargas que ni con un dedo la quieren mover” (cfr. Lc 11, 46). Pero Jesús habla con autoridad ¿Por qué razón? Porque no habla de un mensaje propio, ni habla, como dice la primera lectura (Dt 18,15-20), “en nombre de otros dioses”.

Habla en el nombre del Señor, expone la verdad clara, cariñosa, misericordiosa de Dios. Él no deslava la Palabra para hacerla más fácil. El fariseo habla de lo mismo, pero no permite descubrir en la Palabra qué hay una actitud de amor de parte del Señor. La hace difícil, la hace complicada.

Jesús la plantea de modo sencillo. Escucha, pon atención, que Dios se encarga del resto. Como hoy decía san Pablo, explicando un asunto medio complicado. Dice, “esto lo digo, no para ponerles una trampa, sino porque quiero que estén tranquilos, porque quiero que no vivan llenos de preocupaciones” (cfr. 1 Cor 7,32-35).

Esa es la intención del que predica. No para poner trampas y dificultades, sino para acertar la Palabra de Dios al corazón humano. Pero nuestro corazón es tan especial que siempre hay resistencias.

Como la de ese hombre endemoniado que, aunque reconoce que Jesús es el Santo de Dios, empieza una lucha agresiva en su corazón, hasta que Jesús lo calma, “¡cállate! ¡enmudece!”, como siempre lo hace Jesús. Y dirán, “¿Quién es este que hasta los espíritus inmundos obedecen?

Qué importante es exorcizar la asamblea. Por eso comenzamos la misa con el acto penitencial, para desechar el mal, para que los oídos se abran a la Palabra del Señor, para que no tengamos pretextos para no oír, para que nuestra alma esté limpia y nuestro oído esté listo para entender la Palabra del Señor.

Hermanas y hermanos, efectivamente, Jesús enseña como quien tiene autoridad. Nosotros, diáconos, sacerdotes, obispo, por su puesto sabemos que nunca podemos, ni siquiera mínimamente compararnos con Jesús, pero Él nos encarga este servicio de la Palabra.

Y debemos tener mucho cuidado. Hablar sólo nombre de Dios y no hablar en nombre de otros dioses, hay otros, otros intereses. Hablar solo de Dios es el reto, es el desafío. Y también, junto con ustedes, oír la Palabra del Señor, quitar la resistencia contra Dios, contra Jesús.

Es necesario exorcizar la asamblea. Es lo que hizo Jesús, exorcizó la asamblea, echó fuera al demonio que quiere incubarse donde están los que quieren oír, los que quieren seguir a Dios.

En una ocasión a san Antonio abad se le acercó un monje que comenzaba a recorrer el camino espiritual. Y le dice el novicio, “padre Antonio, el demonio me ataca mucho”. Le dice san Antonio, “hijo, el demonio no se mete contigo, no es necesario, tú ya tienes problemas que resolver. El demonio solo ataca a los buenos y a los santos. A los otros ya los tiene en la mano”.

Por eso, cuando hay una asamblea sagrada, cuando se oye la Palabra de Dios, es cuando el demonio quiere oponerse. Sepan que cuando uno va a la misa entra en una lucha de creer o no creer, de hacerle o no caso al Señor.

Vamos a pedir en este domingo para que nuestras Iglesias estén limpias del maligno, que vengamos con un corazón abierto, con un oído limpio para oír la Palabra del Señor, para dejarnos cambiar por Él.

Que Dios los bendiga. Y sabemos que Cristo es el profeta, que Él es el Santo de Dios, que a Él hay que pedirle siempre que nos purifiquen y nos santifique.

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