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Gusten y vivan el Pan eucarístico

Ministros Acólitos FN / Parroquia Reina del Trabajo, Monterrey / 25 de enero del 2018

Estimadas hermanas, hermanos fieles de la comunidad, hermanas religiosas, estimados formandos, hermanos sacerdotes, estimados padre Pedro superior de la comunidad Fuego Nuevo.

En la pedagogía que la Iglesia católica tiene para llevarnos al ministerio sacerdotal ha propuesto que, previo a ser sacerdotes, es decir, presbíteros, recibamos tres signos muy importantes para nuestro ministerio.

Primero recibimos la Biblia, cuando somos lectores. Luego, recibimos los signos eucarísticos cuando recibimos el acolitado. Cuando nos dan el orden del diaconado nos entregan el Evangelio con la encomienda de cuidar a los más pobres. Los tres tesoros de la Iglesia: la Escritura, la Eucaristía y los pobres.

De esa manera nos preparamos para el presbiterado. Por supuesto, que los ministerios de acólito y lector son ministerios laicales, es decir, con ellos no ingresamos a la vida clerical. Pero son una preparación necesaria para quienes vamos encaminados al ministerio sacerdotal.

A ustedes ya les entregué la Sagrada Escritura. Hoy les entregaremos los signos eucarísticos. Y cuando sea conveniente recibirán el Evangelio con la consigna de cuidar a los más pobres y enfermos.

Comoquiera en esta pedagogía formativa nos preparamos para vivir en plenitud el ministerio sacerdotal, ministerio de la Palabra, ministerio de la Eucaristía y ministerio de la caridad.

El día de hoy a ustedes, Tito y Antonio, los instituiré acólitos en una fiesta muy importante y significativa, la conversión del apóstol san Pablo. san Pablo será siempre para nosotros modelo sacerdotal, modelo apostólico, modelo misionero.

Todo eso ocurrió a partir de un acontecimiento que marcó la vida de san Pablo. Cuando el Señor lo encuentra en el camino. De ese acontecimiento grande y fuerte se derivará todo un camino para el apóstol, un camino de conversión, de entrega y de apostolado.

En la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles (22,3-16) en que se narra todo lo que ocurrió en ese día inolvidable para Pablo, quiero fijarme en un detalle. Al final del relato, después de que Ananías le impone las manos, y que lo acepta de ese modo a ser parte de la comunidad cristiana, ahí dice al final, “comió y recobró las fuerzas.

Con esas palabras entendemos el valor de la Eucaristía. No porque él haya comido el Pan eucarístico. Sino porque ese hecho de comer, de recuperar las fuerzas, se convierte en una señal eucarística.

El Señor ha querido regalarnos el pan y el vino eucarísticos, que son símbolo del pan que comemos todos los días. Pero que ya la comida ordinaria, la comida de casa, ya es como un anuncio, una preparación, para vivir la Eucaristía.

Miren, muchachos, todos nos quedamos admirados de la disminución de personas que no van a la Eucaristía. Es más, nos quedamos admirados de que las personas no participan ni comulgan.

¿Cómo no va a ser de esa manera si en la casa ya no se come juntos? ¿Cómo no va a ocurrir eso si se ha perdido la experiencia de cercanía y afecto en la casa? ¿Qué puede decirle a un niño, a un joven, la Eucaristía si no tiene la experiencia bella de compartir el pan todos los días?

Hoy estamos tan ocupados que no nos damos el tiempo para comer juntos. Inclusive nosotros los sacerdotes podemos olvidar el compartir el pan, convivir, experimentar la fraternidad, experimentar el cariño hogareño.

Cuando vamos perdiendo la experiencia humana de lo que significa comer juntos tarde o temprano también se pierde la apreciación de este banquete, de este manjar exquisito, que Cristo nos regala a través del pan y el vino eucarístico.

Hoy reciben ustedes un encargo, vivir mejor la Eucaristía. Pero también reciben la misión de ayudar para que el pueblo de Dios también guste y viva el misterio eucarístico. Dios ha querido que a las cosas suyas se llegue a través de la experiencia humanas.

En nuestro Plan diocesano de pastoral de este año, 2018, estamos hablando de la comunidad cristiana y de cómo ser ciudadanos, es decir, personas que vivimos en la misma ciudad. Queremos remarcar la importancia que tiene la Eucaristía.

Pero para ver su valor y su grandeza, aunque hay una distancia infinita entre la comida ordinaria y esta comida celestial, tenemos también que trabajar, que evangelizar, para que las familias estén juntas, compartan la existencia.

Pablo comió y recobró las fuerzas. Posteriormente, él será el mejor expositor del misterio eucarístico. Leyendo la carta primera a los Corintios, él dice, hablando de esta tradición eucarística, “yo doy lo que también recibí” (1 Cor 11, 23ss), y nos narra el momento eucarístico.

Todo eso fue preparado por experiencia humana de su conversión, de pasar un tiempo en ayuno, y luego, sintiéndose cercano a Cristo, comer y recuperar las fuerzas.

Quiero pedirles, a ustedes dos, a quienes les comparto este ministerio, a que vivan la experiencia humana de convivir. Un sacerdote debe saber convivir, compartir el pan, sentir la cercanía de la comida.

Y, desde luego, lo más importante, que ustedes participen con devoción y plena conciencia en la Eucaristía, para que así en sus momentos de apostolado puedan ayudar a los niños, a los jóvenes, a los mayores, a vivir con alegría el misterio eucarístico.

Que Dios los bendiga y, de esta manera, los prepare para que, cuando Dios así lo quiera, ustedes reciban el orden sacerdotal.

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