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Dios les dé la fidelidad perpetua

Profesión de votos perpetuos Comunidad Apostólica María siempre Virgen / 13 de enero del 2018

Estimados hermanas y hermanos, hermanos sacerdotes: Queremos acompañarlas a ustedes, las quince favoritas de Dios. Acompañarlas, primero, con nuestro cariño, con nuestra oración, para que Dios les conceda vivir ese propósito que han manifestado.

Fíjense cómo Dios es providente. Las lecturas de este día, que no han sido escogidas para esta ocasión, son bien oportunas. La Palabra de Dios nos habla de la vocación. La vocación de Saúl, rey de Israel (1 Sm 9,1-4.17-19; 10, 1a), y la vocación de Leví, que después tendrá el nombre de Mateo (Mc 2,13-17).

¿Qué aprendemos de la Palabra del Señor y poderla aplicar a la vida de todos los que estamos aquí, y, de modo especial, para ustedes las quince favoritas de Dios? ¿Qué encontramos en estas vocaciones? La vocación de Saúl, la vocación de san Mateo. Todas tienen algo en común, pero también algo que las hace diferentes.

¿Qué hay en común? Primero, la fragilidad humana de cada uno de ellos. Hoy el Señor ha dicho, “he venido no por los que están sanos, sino por los que están enfermos; no he venido por los justos sino por los pecadores”. Saúl, hombre frágil; Mateo hombre frágil. Ambos pecadores, ambos necesitados de la salud que solo sabe dar el Señor.

A los dos el Señor los mira, el Señor los elige. A Saúl lo mira el profeta Samuel. A Mateo lo mira el Señor Jesús. Es cierto, humanamente Saúl tenía todo para ser un gran rey en Israel. Tenía buena presencia, era trabajador e inteligente. Pero algo pasó, fue una vocación fallida. Mateo, igualmente, visto por Jesús, elegido por Él, pero que, gracias a Dios, ese hombre se convierte en misionero y apóstol de JesuCristo.

Fíjense bien hermanas, cómo en la vocación se conjuntan dos realidades. Primero, la iniciativa de Dios. Dios que mira con compasión, Dios que llama con amor. Ese es el don de la vocación.

Pero el Señor quiere también una respuesta. Una respuesta que se da de palabra, desde luego, pero que se da también con el corazón y la vida, una respuesta que no es de un momento sino de toda la vida.

¿Por qué fracaso Saúl? Porque se le olvidó que Dios es el único Señor. Él, envuelto en los sentimientos de poder, descuida aquello que Dios le ha encomendado: amar, querer y servir a su pueblo. El que es visto por Dios después solo se mira a sí mismo y acaba con el proyecto de Dios. Tendrá que ser sustituido. David será el sucesor.

Pero en el caso de Mateo las cosas son diferentes, porque Mateo, desde el principio, reconoce que Cristo lo ha llamado gratuitamente, que él no lo merece, que él no tiene todas las cualidades que pudieran ser el motivo de la llamada. Sino que se sabe enfermo y pecador.

Y esa conciencia que le acompañó siempre, lo llevará en su Evangelio a presentar dos cosas bien importantes: la vocación es vivir siempre en la presencia de Dios, en el amor a Jesucristo, pero también él aprende que la vocación se vive en comunidad, en la Iglesia.

El que se queda hospitario se autodestruye. ¿Qué le pasó a Saúl? Se encerró en el círculo de él mismo, el poder le cegó, no miró más allá de él mismo, se hizo narcisista. El Papa Francisco dice ahora, se hizo “autorreferencial”, es decir, todo lo puso en orden de él.

En cambio, Mateo es consciente de que su vocación es para vivir en comunidad y por eso su Evangelio tiene las páginas más bellas sobre la Iglesia. Es el evangelista de la Iglesia.

Y ahí va poniendo todo lo que es y significa vivir en una comunidad: Primero, la capacidad que debe tener la comunidad de corregirse, pero también de que la comunidad, además de corregirse mutuamente, tiene que aspirar al amor y la caridad.

Hermanas, el Señor las ha llamado en su benevolencia. Nunca deben olvidar su fragilidad, son pecadoras, son enfermas, pero, gracias a Dios, él perdona y sana. Todos llevamos en nosotros esa raíz, ese pecado original, que fue perdonado, pero que queda en nosotros la concupiscencia, los deseos no correctos en la vida, el egoísmo. El Señor, en medio de todo eso, las llama, las elige, las quiere mucho.

Tienen que entablar en su vida un combate espiritual. Saúl perdió el combate con sigo mismo, perdió la fidelidad a Dios. En cambio, Mateo supo llevar adelante el combate cotidiano. La vocación exige combatir todos los días contra el propio egoísmo, contra el pecado, contra la enfermedad espiritual y ponerse y disponerse a servir al Señor.

Aquí, además de tener nuestra mirada fija en Jesús, tenemos que mirar a la Virgen María. Ella es el modelo de toda vocación, ella se sintió llamada por Dios. En su pequeñez, se sintió querida por Dios, llena de gracia, llena de amor. Pero ella también tuvo que llevar adelante el combate de la fe.

Tenemos también la imagen de san Miguel. San Miguel siempre nos recuerda el combate contra el mal y contra el maligno. ¿Cómo se combate? Sabiendo que solo Dios es Dios. Eso significa Miguel: ¿Quién es Dios? Solo el Señor.

Cuando, como Saúl, la persona quiere construir su vida como si fuera Dios, la destruye. Saúl terminó siendo un hombre solitario. Pero cuando uno lucha en el combate en la fidelidad cotidiana los resultados son otros.

Uno se siente parte de la comunidad y parte de la Iglesia. Si una religiosa se va quedando solitaria, se le olvida que le pertenece a Cristo y que es parte de una comunidad, primero, pequeña, la de su propia congregación, pero que es también parte de la Iglesia.

Si eso se le olvida la vocación languidece, se seca. Porque el alimento espiritual viene de Cristo, por su Palabra, por la Eucaristía. Pero también la vocación se alimenta en la comunidad, porque ningún cristiano, ningún consagrado, ningún sacerdote, ha sido llamado para estar solo, sino para ser parte del pueblo de Dios.

Vamos a pedir mucho por ustedes, el combate es muy difícil, pareciera una guerra desigual, el mundo parece más poderoso que nosotros. Pero, con la gracia de Dios podemos salir adelante.

Quisiera, aunque ya no lo veré, que ustedes sean religiosas durante toda la vida, sean conscientes de esta llamada y estos votos a perpetuidad. Pero mucho cuidado, el mundo tiene también sus propias trampas, pero con la gracia de Dios y con ánimo alegre y positivo esperamos que ustedes sean exitosas en la fe como san Mateo y que no tengan una vocación fallida como Saúl. Que Dios las bendiga.

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