Toma posesión Mons. Rodolfo Villarreal, Parroquia San Pedro Apóstol, centro / 7 de diciembre del 2017
Muy agradecido y, al mismo tiempo, muy admirado con ustedes porque, a pesar de la inclemencia del tiempo, han querido a celebrar la Eucaristía. Estoy seguro que lo hacen porque aman a Dios, porque quieren mucho a su Iglesia y porque tienen estima a Mons. Rodolfo. Agradezco la presencia de los sacerdotes que comparten con nosotros la Eucaristía. Gracias a todos por su presencia.
Ustedes saben que un servidor, su Obispo, siempre me esforzaré para que nuestra Iglesia esté unida en el Señor. A Mons. Rodolfo él sabe que le tengo estima y respeto como lo hago con ustedes y todos los sacerdotes de nuestra Arquidiócesis
Esta noche es muy especial estamos en la vigilia de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, una fiesta de mucha relevancia en nuestra Iglesia Católica.
Saben ustedes que profesamos cuatro dogmas de la Virgen María, tres de ellos son solemnidades: Su Inmaculada Concepción, su Maternidad divina y su gloriosa Asunción a los Cielos.
Estas tres verdades hacen un bello triángulo para que comprendamos el misterio de Cristo realizado en la Virgen María y también para que crezca nuestro amor hacia ella.
Hemos oído la Palabra de Dios. Quiero hacer una reflexión a partir de lo que hemos oído de la Palabra de Dios, refiriéndolo a la comunidad, a la parroquia. Porque he venido a compartir la misión con Mons. Rodolfo.
Esta misión evangelizadora que la Iglesia tiene que llevar adelante al estilo de María. Es el modo que la Iglesia lleva a delante su tarea evangelizadora. Desde luego, nuestro ejemplo superior, máximo e inigualable, es Jesús, el Hijo de Dios. Pero también la Iglesia, como la Virgen María, se siente reflejada en Cristo.
Los Padres de la Iglesia hicieron una bonita comparación del sol y la luna, referido a Cristo y a María, a Cristo y a la Iglesia. La Virgen María es como la luna que no tiene luz propia, pero refleja la luz del sol. Así la Virgen María no tiene luz propia, pero refleja bellamente la luz de Cristo. Por eso digo que la parroquia lleva la misión al estilo de la Virgen María.
Dos cosas, especialmente, podemos mirar en la Virgen María: su santidad y su Maternidad. La parroquia, la comunidad cristiana, imita a la Virgen María en esos dos elementos importantísimos. La parroquia, la comunidad debe ser santa. Por eso, San Pablo, cuando le hablaba a la comunidad cristiana, decía, “a los santos que viven en Corinto” (cfr. 1 Cor 1, 2).
Porque la santidad es nuestra meta, es nuestro objetivo, es la razón de ser de todo lo que vienen a hacer. Lo dijo San Pablo, “el Señor quiere que seamos santos e irreprochables en el amor” (cfr. Ef 1, 4). Santidad, esa es nuestra meta, ahí tenemos que poner todo nuestro esfuerzo, en ser santos.
Si no tenemos esa cualidad, de nada sirve confesarnos ni celebrar la misa, ninguna cosa tendría sentido. Por eso la comunidad, que es santa, nos quiere llevar a la santidad. Así, lo que ocurre en esta Iglesia, es para santificar. Su oración, su participación en la misa su confesión todo es para santificar; sus obras de caridad, sus limosnas, todo es para ser santos.
Claro que la Virgen María lo es en grado superlativo, ella es santísima. Pero la comunidad, como en ella habita el Espíritu Santo, también tiene que ser santa.
La segunda cualidad es la Maternidad la Virgen María. Es la Madre de Dios. Cuando el ángel le saluda, le dice, “alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo” (cfr. Lc 1, 28). La Virgen María es la Madre de Dios.
Recuerdan esa escena tan conmovedora al pie de la Cruz. Jesús le dice al discípulo amado, “Ahí está tu madre”, y a María le dijo, “ahí está tu hijo” (Jn 19, 26-27). A partir de este momento él se la llevo a su casa.
Porque la maternidad es engendrar hijos y cuidarlos, darles alimento y protegerlos. Eso es la Iglesia, nuestra Madre, porque se preocupa por nosotros.
Nos engendró el día de nuestro bautismo. La vida bautismal es como el seno materno, ahí nacen los hijos de Dios, ahí la Iglesia es mamá.
Pero también la Iglesia nos cuida. Como ustedes, mamás, alimentan a sus hijos, les dan cariño, afecto, protección, así tiene que ser la comunidad cristiana, ser mamá al estilo de la Virgen María.
Vamos a pedirle al Señor para que esta comunidad esté siempre viva en la escucha de la Palabra, gozosa de celebrar la Eucaristía, pero también que sale del Templo y vive la caridad.
Hermanas y hermanos, quiéranse mucho, amen a la Iglesia, amen a Jesús, pongan su fe en Dios, nuestro Padre y déjense conducir por el Espíritu Santo, que habita en sus corazones.
Hay que pedir por nuestra Iglesia Católica, hay que pedir por los sacerdotes, por los más pobres, hay que pedirle mucho a Dios. Él nos dijo, “pidan siempre, sin desfallecer” (Lc 18, 1-8).
Recuerdan la parábola de aquella mujer que va con el juez y le dice todos los días, “hazme justicia”. Hasta que el juez, fastidiado, le dice, “aunque no soy bueno, para que no me moleste le voy a arreglar su asunto”. Jesús, dice “hay que orar siempre, sin desfallecer”. Hay que orar mucho delante de Dios para que Él, en nuestras oraciones, nos tienda la mano.
Que Dios los bendiga para que, con los sacerdotes, vivan su fe en la comunidad cristiana. Dios le dé la sabiduría a Mons. Rodolfo y a ustedes les abra los oídos para que oigan el mensaje del Evangelio.