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Iglesia somos aquellos que escuchamos y practicamos la Palabra de Dios

Asamblea Anual Diocesana 2017

Hermanas y hermanos: con esta Eucaristía concluimos nuestra asamblea. Cristo hizo una promesa. Que, “donde dos o más se reúnen y se ponen de acuerdo para pedir algo, el Padre lo concede” (Mt 18, 19). Hemos tenido nuestra asamblea para ponernos de acuerdo. Qué importante es esta responsabilidad.

El Espíritu Santo nos entrega esta responsabilidad. Recuerdan aquellas bonitas palabras del libro de los Hechos de los Apóstoles, al terminar el primer concilio de Jerusalén mandan una carta a los fieles y dicen, “el Espíritu Santo y nosotros hemos decidido” (cfr. Hch 15, 28). Qué importante es tener conciencia de que el Espíritu Santo actúa en su Iglesia, que nuestra reunión no es una asamblea parlamentaria, que nuestra reunión no es la de un sindicato, sino que es el encuentro de la comunidad que se pone en escucha del Señor.

De ahí la gran responsabilidad que tenemos de participar en la asamblea aquellos que han sido escogidos para participar y aquellos que, por ser párrocos, les obliga en nombre de Dios decir su palabra. No hay excusa para no participar en una asamblea diocesana porque esta es una convocatoria del Espíritu Santo a su Iglesia. El futuro de esta Iglesia de Monterrey entra en juego en una asamblea.

Es cierto, Dios actúa más allá de nosotros, más allá de nuestras capacidades. Pero Él ha querido entregarnos esta responsabilidad. Nos ha llamado a pensar, a buscar, a encontrar la voluntad divina. Nos ha dicho cómo se encuentra la voluntad de Dios: a través del diálogo de los hermanos. Esa ha sido la pedagogía de la Iglesia a lo largo de los siglos. Es un acto de comunidad.

Durante la asamblea hablamos de la comunidad eclesial y la ciudadanía, estas realidades que debemos tomar en cuenta. La primera, el sentido de pertenencia. Si no te sientes parte, no te importa lo que viene para los demás. Le pertenecemos a Dios. “Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica” (Lc 8, 21). Para ser comunidad tienen que ser familia, la familia de Jesús.

Dos cosas importantes. La primera, escuchar la Palabra de Dios. Porque la comunidad cristiana nace del Cielo. San Juan, en su visión del Cielo, vio la Iglesia como novia ataviada para casarse (cfr. Ap 21, 2). Esta novia viene del Cielo, por eso escucha la Palabra de Dios.

Ahí se fundamenta su tarea y su misión. No hay Iglesia sin fe, no hay Iglesia sin escucha de la Palabra. La Iglesia es esa comunidad que escucha, atiende, comprende, entra en sintonía con Dios, que va adaptando su oído a la voz de Dios. Por eso, nuestro Plan orgánico de pastoral tiene como vértebra el oír el Evangelio, oír al Señor. Qué importante es una Iglesia atenta a la Palabra de Dios, una Iglesia que no se dirige por caprichos, por estados de ánimo, sino porque oye la voz de Dios.

Pero también la Iglesia está llamada a poner en práctica lo que escucha. Tenemos un deber ético y moral. ¿Para qué es la Palabra? Para crear, para cambiar las cosas, para generar un cambio en el que oye. Decía el Papa Benedicto XVI, “la Palabra es performadora”. Es decir, quiere cambiar al que oye y el cambio es poner en práctica la Palabra del Señor. No hay otra manera de sentirnos parte de Dios, parte de Jesús, si no ponemos en práctica el Evangelio.

Hermanos y hermanas, estoy muy contento de vivir esta asamblea. Les agradezco su palabra, su actitud, su sentido de fe, su deseo de que esta Iglesia de Monterrey cumpla con la misión que Dios le ha encomendado. Quiere ser, esta Iglesia de Monterrey, una comunidad de comunidades, una comunión. Pero también, sabe que está en el mundo. Como dijo el Señor a sus discípulos, “ustedes están en el mundo, pero no son del mundo” (cfr. Jn 15, 19). Estamos en el mundo para servir a cada hermano.

Y de ahí la importancia que tiene el que nos escuchemos. Queremos que la Iglesia no sea mera verticalidad. Poner en práctica la Palabra de Dios es ponernos en este camino de búsqueda, de compartir, de tomar decisiones. Porque si no, nada cambia, nada mejora. México seguirá siendo peor de lo que es. Vivimos una crisis muy sería, una emergencia ética y moral. Si queremos que, el que está en la cabeza, se porte bien, los ciudadanos también lo tenemos que hacer. Pertenecemos a la Iglesia y a la sociedad y lo tenemos que hacer con responsabilidad si no cada vez irá de mal en mal.

Gracias por su palabra, por su amor a la Iglesia; gracias por su tiempo. Gracias, hermanas religiosas, porque están en la lucha cotidiana de servir. Gracias, hermanos sacerdotes, que aguantan. La asamblea requiere ascética, pues se sufre estar sentado, teniendo paciencia. Es cierto, es más cómodo ir al mall, o ir a tomar café, o quedarse en casa en la siesta. Pero tenemos este deber, no solamente el de mi parroquia, el de mi seminario, sino somos deudores de toda la Iglesia. No podemos tener una acción feudal de la Iglesia, de feudos separados. Tenemos que tener esta conciencia de una Iglesia que se integra, que es una red de intercomunicación, de cercanía, de preocuparte por el otro. Si no, esta Iglesia no cumple con lo que tiene que ser, signo y sacramento de comunión.

En la primera lectura, el relato de la reconstrucción del Templo de Jerusalén, nos enseña que reconstruir es una tarea muy seria. No podemos no mirar las grietas. No podemos no mirar que cada vez más hermanos y hermanas se van en esa “apostasía silenciosa” que hablaba Juan Pablo II. Se van yendo, no lo dicen. No podemos no preocuparnos por la Iglesia que, en este cambio de época, tiene que cimentarse, tiene que ser revisada a profundidad.

Gracias por venir a esta asamblea. Estoy seguro que saldrán cosas muy buenas, que esta Iglesia de Monterrey será lo que el Espíritu Santo quiere que sea. Ayúdenme a construir eta Iglesia espiritualmente, tenemos que hacerlo. No podemos ser indiferentes. Algo, pasa algo ocurre, están las grietas, se sienten. Vamos a pedirle al Señor para que él actúe, pero Él quiso hacerlo a través de nosotros. Así lo ha querido Él. Siempre podía hacerlo desde la nada, pero ha querido ponernos a nosotros esta grande responsabilidad. Somos vicarios de Dios. Él nos encargó este mundo. Él nos encargó esta Iglesia. Somos vicarios, no les saquemos a la responsabilidad, comuniquemos a los hermanos la alegría de servir y estar con Cristo.

Gracias a todos y sé que, los que no vinieron, recibirán el mensaje de parte nuestra. Hermanos sacerdotes, hermanas religiosas, compartan, hermanos laicos, lleven a sus hermanos de su parroquia, comunidad o movimiento el mensaje. Porque nosotros comunicamos el gozo del Evangelio, porque de aquí debemos salir motivados, alegres, aunque sea difícil. Que Dios nos bendiga y pídanle a Dios por mí para que me siga manteniendo tranquilo.

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