Entronización de la imagen de nuestra Señora de Covadonga / Basílica de la Purísima / 9 de septiembre
Estimadas hermanas y hermanos: gracias por acompañarnos en esta Eucaristía con la cual entramos en comunión en toda la Iglesia. En esta ocasión queremos unirnos a la comunidad asturiana que, en España y en muchos lugares, quieren celebrar la coronación de nuestra Señora de Covadonga.
Fíjense, hermanos, cómo la Virgen María ha acompañado muchos lugares, en diversas ocasiones, al pueblo de Dios. Son innumerables los nombres que ella recibe. En muchas partes del mundo se ha sentido su cercanía, por eso le damos el nombre del lugar en que se manifiesta misericordiosa, clemente y amable. En México tenemos muchas advocaciones a la Virgen María, la más importante, la Virgen de Guadalupe, y aquí en Monterrey, nuestra Señora del Roble. Siempre descubriremos que su presencia es ocasión de que nosotros vivamos mejor nuestra fe y seamos fieles a nuestro Señor Jesucristo.
Llama siempre la atención, en todas las advocaciones, la Virgen se ha aparecido en alguna cueva. Así, por ejemplo, en Lourdes, nuestra Señora del Carmen, y, en este caso, Nuestra Señora de Covadonga. Esto se debe a que la Virgen María, en Nazaret, vivió en una cueva. Si ven Nazaret en internet y ven la casa de María, verán que su casa constaba de una cueva y unos espacios más para vivir. Tiene especial cariño a las cuevas, le recuerda su hogar, Nazaret, su familia, San José, el Niño Jesús. Nos alegramos, pues, con el pueblo asturiano que celebra la presencia, la cercanía de la santísima Virgen María.
Leí la historia de la imagen de nuestra Señora de Covadonga. Fue llevada a Francia y, gracias a Dios, la regresaron. Ahora puede ser vista, disfrutada su presencia en Covadonga. Hermanas y hermanos, nuestra devoción a la Virgen María nos tiene que llevar a Cristo y a su Evangelio porque ella es portadora de Cristo y del Evangelio.íjense cómo, providencialmente en esta celebración, que ya es dominical, la Palabra de Dios ha tocado el punto central, el mandato de Dios: amen a su prójimo, el que ama no le causa daño a nadie (cfr. Rm 13, 8-10). Ese es el mandamiento, la perla del Evangelio, el mandato fundamental. Nuestra identificación de creyentes y discípulos de Cristo, a lo largo de los siglos, ha predicado este amor. Siempre este mandamiento tan antiguo se convierte en un mandamiento nuevo que tenemos que apreciar. Porque Dios sabe que tenemos que corregirnos, que es necesaria la corrección mutua.
Oímos las palabras del profeta Ezequiel, cómo cada uno es responsable del otro: si tu hermano cometió un delito, amonéstalo (cfr. Ez 33, 7-9). Es cierto, hoy es otra cultura humana, nadie quiere ser corregido, ni los hijos por sus papás, ni los alumnos por sus maestros, ni los fieles por sus pastores. Nadie quiere ser corregido, pero es un mandato de Cristo (cfr. Mt 18, 15) que debemos hacer con caridad, con inteligencia y con mucho cuidado. Tenemos que cuidarnos unos a otros a ser fieles a Jesucristo. Si yo corrijo, no es porque yo sea bueno sino porque es para ayudarte a que no cometas los mismos errores que yo he cometido. Los años, nuestra historia personal, es una historia que está marcada por muchos errores y pecados. Si corregimos a un niño, a un joven, si corregimos a uno de nuestra edad, tiene que ser para animarlo a vivir mejor. El pecado destruye. Hacer lo que Dios no quiere nos hace mucho daño. Por eso, tenemos el deber moral de corregirnos. Así lo ha dicho el Señor y tenemos que hacer todo lo que uno recibe, no sólo de un superior, sino también de todos los que compartimos el mismo espacio.
Hermanas y hermanos, siguiendo el ejemplo de la Virgen María en su amor a Cristo y al prójimo vamos a pedir por nuestro mundo, por la sociedad, por la Iglesia y por las familias. Todos necesitamos corrección, todos debemos ayudarnos a ser santos. Mientras pisemos esta tierra, todos debemos ser corregidos. Porque nadie es perfecto, nadie ha llegado a la meta. El mandamiento del amor es el distintivo de la fe cristiana. Si amas, no le causes daño a nadie. Que el Señor nos bendiga. Desde esta Basílica nos unimos al pueblo español. Seguramente algunos de ustedes tienen alguna cercanía histórica, pero en este mundo todos somos parientes. Que Dios les bendiga.