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Esa es la vocación: confesar quién es Jesús para mí y quién soy yo para Él.

Fin de semana de Oración por las vocaciones

Muchas gracias muchachas y muchachos por estar compartiendo este momento de fe. Han caminado hasta esta basílica para encontrarse con nosotros en la Eucaristía y tener siempre a su vista a Cristo y a María, y a un lado, a un hermano, san Juan Diego. Gracias por compartirnos su fe. Quiero agradecer a las hermanas y los hermanos consagrados que han caminado con ustedes, y a los seminaristas y los hermanos sacerdotes.

Dios siempre es providente y nos va dando la Palabra oportuna. En este domingo hemos oído un relato vocacional, el encuentro entre Jesús y Pedro. Porque eso es la vocación, encontrarte con Jesús. Pedro se encuentra con Jesús y este encuentro trae otro momento: la necesidad de identificarse. No hay vocación donde no hay dos que se identifican, es decir, sé quién eres Tú y también sé quién soy. Es así como se da la vocación. Sé que Alguien me habla, que tiene un rostro concreto, no confuso, pero también, al mismo tiempo, el Señor permite que yo me conozca. Es el misterio de la vocación de Pedro. Conoce a Jesús, lo identifica, lo distingue de otros, Él no es Juan el Bautista, aunque se parece a Él; se parece a un profeta, Jeremías, Isaías, pero al mismo tiempo no es ningún profeta del Antiguo Testamento. Él es el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

Ahí comienza el camino vocacional, cuando gracias al Espíritu Santo, gracias al don del Padre celestial, puedes conocer a Jesús, puedes saber quién es Él, y no de oídas, no porque otro te lo contó, sino porque el Espíritu Santo te permite conocerlo. Decía Jesús, “nadie conoce al Padre sino el Hijo; nadie conoce al Hijo sino el Padre y aquel a quien se lo quiera revelar” (cfr. Mt 11, 27). Por eso Jesús le dice a Pedro, “esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre que está en los cielos” (cfr. Mt 16,17). Por eso, lo primero en la vocación es conocer al que nos habla, conocer a Jesús, quitarnos ideas e imaginaciones sobre Dios y poder conocer su rostro, identificarlo. Él no es un fantasma, es Jesús de Nazaret, el Mesías, el Hijo de Dios.

En la vocación también hay siempre un “sí”, Dios llama y tú respondes. Ese “sí”, el mejor “sí”, el mejor “amén”, es decirle a Jesús, “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. La profesión de fe es la respuesta vocacional. Y de ahí, de este encuentro y conocimiento mutuo, el Señor, también le hace conocer a Pedro quién es: tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia (Mt 16,18). Pedro no era tan fuerte como una piedra, el Señor lo hace fuerte como la roca. Es decir, que Pedro, formulado en una profesión de fe, se convierte en una promesa que le hace Jesús: tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Pero el Señor siempre hace muchas cosas por nosotros.

¿Qué hizo por Pedro? Le dio las llaves, las llaves del Reino. Hasta allá llega la vocación. El Señor te da las llaves, es decir, te declara autoridad sobre tu vida, te da la clave para que hagas lo que quieras de ti mismo. Te da la llave para el Reino, la llave para decidir, la llave para seguirlo.

Estimados jóvenes, quiero agradecerles mucho su participación en esta semana que concluye hoy de oración, de escucha de la Palabra. Cada uno conozca a Jesús y déjese conocer por Él. Esa es la vocación, que el Señor te vaya diciendo por dónde debes caminar. Tú no te adelantes a lo que Él te va a decir, ponte en disposición de descubrirlo. Él te da las llaves, te da la clave para que puedas descifrar lo que Dios quiere tiene ti. Si Él te quiere como buen esposo o esposa, si te quiere como una mujer consagrada, si te quiere como un joven sacerdote, deja que Dios vaya haciendo junto contigo la respuesta.

Hermanas y hermanos, hay que seguir la ruta de Pedro, hay que aprender como él a conocer y a seguir a Jesús. Aprender de Pedro cómo se levanta uno de las caídas y sigue adelante. Hoy, su profesión de fe, “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”, se convierte en nuestra clave para nuestra vida. Su vocación es confesar a Jesús. Esa es la vocación: confesar quién es Jesús para mí y quién soy yo para Él.

Que Dios los bendiga y vamos a seguir todos orando y escuchando al Señor y mirando a quienes nos invitan a seguir. A Pedro, y de modo excepcional, a la Virgen María, la que sabe ver, escuchar, comprender y seguir a Jesús. En esta basílica hay un lugar para san Juan Diego. Él nos enseña que para seguir a Jesús no hay obstáculos. Cualquiera que sea tu condición humana y económica, como quiera que seas, Dios siempre te llama y te engrandece. Gracias a Dios, nuestro hermano Juan Diego, indígena, es un gran santo y ejemplo para nosotros. Supo escuchar, atender y seguir a Jesús oyendo el Evangelio de labios de la Virgen de Guadalupe. Que Dios los bendiga y gracias por todo.

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