𝐃𝐮𝐫𝐚𝐧𝐭𝐞 𝐥𝐚 𝐟𝐢𝐞𝐬𝐭𝐚 𝐩𝐚𝐭𝐫𝐨𝐧𝐚𝐥 𝐝𝐞 𝐍𝐮𝐞𝐬𝐭𝐫𝐚 𝐒𝐞𝐧̃𝐨𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐅𝐚́𝐭𝐢𝐦𝐚, 𝐞𝐧 𝐬𝐮 𝐬𝐚𝐧𝐭𝐮𝐚𝐫𝐢𝐨, 𝐞𝐥 𝐀𝐫𝐳𝐨𝐛𝐢𝐬𝐩𝐨 𝐝𝐞 𝐌𝐨𝐧𝐭𝐞𝐫𝐫𝐞𝐲 𝐫𝐞𝐟𝐥𝐞𝐱𝐢𝐨𝐧𝐚 𝐬𝐨𝐛𝐫𝐞 𝐞𝐥 𝐦𝐞𝐧𝐬𝐚𝐣𝐞 𝐦𝐚𝐫𝐢𝐚𝐧𝐨 𝐜𝐨𝐦𝐨 𝐜𝐚𝐦𝐢𝐧𝐨 𝐝𝐞 𝐜𝐨𝐧𝐯𝐞𝐫𝐬𝐢𝐨́𝐧 𝐲 𝐩𝐚𝐳, 𝐞𝐧 𝐞𝐥 𝐜𝐨𝐧𝐭𝐞𝐱𝐭𝐨 𝐝𝐞𝐥 𝐀𝐧̃𝐨 𝐉𝐮𝐛𝐢𝐥𝐚𝐫 𝟐𝟎𝟐𝟓
En una celebración colmada de fervor y devoción mariana, el Arzobispo de Monterrey presidió la Santa Misa en el Santuario de Nuestra Señora de Fátima con motivo de su fiesta patronal, y pronunció una homilía centrada en el poder transformador de la esperanza cristiana, inspirada en el mensaje de la Virgen de Fátima y en el contexto del Año Jubilar convocado por el Papa Francisco.
“Todos somos hermanos, todos hijos de la Virgen María, todos devotos de la Virgen de Fátima”, expresó al inicio de su predicación, saludando a los fieles provenientes de distintas parroquias de la ciudad. Desde el altar, el Arzobispo destacó que este 2025 —a 2025 años del nacimiento de Jesucristo— es una oportunidad para redescubrir el llamado de Dios a través del testimonio de María, “la mujer bienaventurada” que, con su sí, abrió las puertas a la esperanza.
Monseñor Cabrera retomó el lema del Jubileo universal, “Peregrinos de esperanza”, propuesto por el Papa Francisco, y lo enlazó con las palabras de San Pablo: “La esperanza no defrauda”. Explicó que la esperanza no nace de la comodidad, sino de un proceso espiritual que comienza con la tribulación. “La tribulación engendra paciencia; la paciencia, virtud; y la virtud, esperanza”, dijo citando la carta a los Romanos.
“La Virgen, en Fátima, puso delante de aquellos niños el drama de la humanidad: el dolor, la guerra, el pecado, la apostasía. Pero no para detenernos allí, sino para que elevemos la mirada hacia el cielo y descubramos que ese drama se puede transformar”, señaló.
El Arzobispo subrayó que los tres grandes males que la Virgen reveló —la guerra, el pecado y el alejamiento de Dios— siguen siendo visibles hoy. “La humanidad continúa en conflicto, no sólo a nivel mundial, sino también en nuestras calles y familias. Pero la guerra no es causa, es consecuencia de haber cerrado el oído a Dios”, advirtió.
Para responder a ese drama, recordó los tres caminos que la Virgen dejó en Fátima: oración, sacrificio y escucha de la Palabra de Dios. La oración —dijo— es el signo visible de la fe y de la esperanza; el sacrificio implica aprender a ponernos límites y a renunciar al egoísmo; y la escucha de la Palabra exige obediencia, paciencia y docilidad.
En un llamado pastoral, el Arzobispo instó a los fieles a vivir su identidad cristiana con autenticidad. Recordó que en Antioquía fue donde por primera vez los discípulos fueron llamados “cristianos”, y que ese título no era un simple apodo. “Un cristiano es otro Cristo, es la presencia viva de Jesús en la historia. Y como Cristo se identifica con María, también nosotros debemos parecernos a ambos: a Cristo y a su madre”, afirmó.
“El mensaje de Fátima no es una amenaza, sino una luz. No es para infundir miedo, sino para sembrar esperanza”, concluyó. “Dios nos llama a transformar este mundo herido mediante la conversión personal y comunitaria. Que todo lo que hagamos sea siempre para gloria del Señor”.
La celebración concluyó con una bendición solemne y un acto de consagración a la Virgen María, mientras los fieles entonaban cantos y oraciones, renovando su compromiso de vivir la fe con alegría y fidelidad.
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