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Prot. No. 263/2021
31 de Mayo de 2021

Carta

A mi querida porción pastoral de la Iglesia de Monterrey

A las mujeres y hombres de buena voluntad.


A la Virgen María se le menciona con frecuencia en los evangelios. Cuando se describe la genealogía de Nuestro Señor Jesucristo (Mateo 1,23); en el relato de la anunciación del ángel (Lucas 1,26-38); durante la visita a su prima Santa Isabel (Lucas 1,39-45); en el nacimiento de su Hijo Jesús (Lucas 2,8-14); a los 40 días cuando lo lleva, junto con José, a presentarlo en el templo (Lucas 2,22-38); preocupada al encontrarla dialogando con los doctores del templo (Lucas 2,42); en las bodas de Caná (Juan 2,1-12); cuando le avisan a Jesús que lo está esperando (Marcos 3,31-35); junto a Él en la cruz (Juan 19,26-27).

Y no sólo en los evangelios. Reunida con la comunidad primitiva recibe al Espíritu Santo (Hechos de los Apóstoles 1,12-14) y representada como una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de 12 estrellas sobre su cabeza (Apocalipsis 12,1), en señal de protección para la incipiente Iglesia.

Y el Papa Francisco, en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (#286) nos dice que ella “… es la del corazón abierto por la espada, que comprende todas las penas. Como madre de todos, es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta que brote la justicia… Como una verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios ”.

Toda esta espléndida doctrina mariana se puede sintetizar en una sola frase: la Virgen María siempre estuvo presente en los momentos más importantes de la vida de su Hijo Jesús, desde el nacimiento hasta la muerte. También acompañó a la primera comunidad cristiana, como ha estado cercana a su pueblo a lo largo de toda la historia. México es un vivo ejemplo de esta presencia protectora continua en la Virgen de Guadalupe y Monterrey también, en la Virgen del Roble.

Hoy, que celebramos un aniversario más de su coronación pontificia, quiero agradecerle a la Virgen del Roble su fiel compañía y protección durante estos casi nueve años como Arzobispo de Monterrey.

Y es que, como la Virgen María con su Hijo Jesús, nuestra santa patrona del Roble ha estado junto a mí en mis alegrías, muchas, y en mis penas, pocas, en este ministerio al lado de ustedes. La Virgen del Roble ha cubierto con su manto protector a los fieles regiomontanos en epidemias e inundaciones, en ciclones y pandemias. Ella ha estado allí, siempre fiel, en la oquedad de un árbol confortándonos en nuestros dolores y alentándonos para superar nuestros problemas.

Así la he sentido yo, cuando en su Basílica he querido atender a los pobres y a los migrantes, y desde ella he salido para encontrarme con mujeres y jóvenes. Ella me ha impulsado para enfatizar mi preocupación por el medio ambiente, por la atención a las familias, por el cuidado de las vocaciones sacerdotales. En su precioso templo he ordenado diáconos y presbíteros y, especialmente durante el año de la pandemia, ella se ha mantenido a mi lado, firme pero tierna, para enfrentar los difíciles retos -pastorales, económicos, litúrgicos, evangelizadores, sanitarios, etc.- que la pandemia nos trajo. A ella me he dirigido, en la soledad de mi oración, para suplicarle su auxilio, repitiendo la oración que veo cada vez que visito su imagen: esto urbis tuae praesidium ( sé la protectora de tu ciudad).

Deseo que toda la feligresía de nuestra Arquidiócesis aumente su devoción hacia ella. Ya son muchos las que la visitan a diario en su inmensa Basílica y, como encrucijada de mil caminos, los acoge para cubrirlos con su manto y para animarlos a atender sus responsabilidades.

Pido a mis sacerdotes que promuevan su devoción, y a ella le agradezco su fiel compañía y protección, ahora que he celebrado mi jubileo episcopal.

¡Virgen santísima del Roble: cúbrenos con tu manto!

+ Rogelio Cabrera López

Arzobispo de Monterrey

Pbro. F. Javier De la Torre Castaño

Secretario - Canciller